Reme salió por el postigo. Su hijo le había puesto un nuevo pasamano en forma de ele para tener una mayor estabilidad. Dio media vuelta para cerrar puerta con la pesada llave y la guardó con cuidado de no rayar la pantalla del móvil que tenía en su pequeño bolso. Bajó el escalón y esperó unos segundos antes de soltar la mano de la baranda para empezar a caminar. Ya la había retirado cuando oyó a espalda una voz avisándole:
—Espere Reme, que ya vamos.
Al llegar a su altura, la más joven le ofreció el brazo diciendo:
—Pierda cuidado y cójase fuerte.
—Gracias Sole —Reme aceptó su ofrecimiento—, pero ya sabes que lo hago para no tener vértigo.
—Bueno, es para ayudarle a bajar la cuesta. En cuanto lleguemos al principio del paseo te suelto —comentó Sole con una sonrisa—. Por cierto, ¿por qué no sales por la puerta principal si está la mar de plana?
—Es para no dar el gusto a doña Paca
—replicó Reme.
Doña Paca es su vecina del enfrente. Por culpa de una caída se fracturó el hueso de la cadera y se vio obligada a ir en una silla de ruedas. Pronto sacó provecho de su situación. En cuanto su cuidadora le acababa de asear se marchaba a su sala de estar, se colocaba detrás de la mesa camilla, comprobaba si había línea telefónica, abrió su libreta y esperó a que pasara su primera víctima por la ventana. Al principio, sus vecinas se paraban para saludar y hablar un poco. Fue a partir del comentario inoportuno que hizo sobre la hija del panadero en la salida de la iglesia, cuando empezaron a desconfiar; hasta tal punto que pasaron por otra calle. Pero ella ni se inmutó. Cada tarde llamaba a su amiga para ponerse al día de todo que sucede en el pueblo.
—¡"Pos" tienes mucha razón la Reme! ¡Menuda lengua de víbora que tiene!
—Calle Agripina que los árboles también tienen orejas —advirtió Sole.
—¡A este paso, ni por la calle podré hablar porque en el aire también tendrá orejas! —se quejó Agripina.
—No. En este caso circulan los rumores
—Sentenció Sole.
Al llegar al comienzo del paseo Agripina aligeró el paso para sentarse en el banco. Reme también la imitó y Sole prefirió estar de pie, mirando hacia ellas. Reme sacó de su bolsillo un pañuelo de papel para secar las diminutivas gotas de sudor que poblaban su frente. A continuación comentó:
—O hemos salido muy pronto o hace mucha calor.
—Son las dos cosas Reme —explicó Sole—. Este mediodía el hombre del tiempo ha anunciado que esta semana va a hacer calor. Tendríamos que salir a pasear por la mañana temprano.
—"Pos" por mí, que no quede; ya me levantaba a la 5 cuando cosía zapatos
—argumentó Agripina—. Pero ya que me levanto, hago la cama, desayuno, barro la casa y la acera.
—Mujer, si antes de las 9 ya hemos vuelto. Mira si tienes tiempo... —manifestó Sole.
Agripina se quedó callada durante un minuto. Después con la punta de su bastón trazó una raya vertical en la tierra y añadió:
—No sé si os pasa a vosotras, pero a partir de las diez, las tareas de la casa se me hacen eternas porque me cuesta mucho de hacerlas.
—Te comprendo muy bien —dijo Reme cogiendo su mano para animarla—. ¿Por qué viene la chica del ayuntamiento para ir a comprar, limpiar la casa y ayudar a ducharme? Por gusto no es, ni es un mero capricho, como comentan algunas malas lenguas.
—Lo sé Reme. Creo que tendré pedir cita con la asistente social —Suspiró Agripina—. Mis tres hijas están en la capital y trabajan...
—Cuando te llame la asistente social, yo te acompaño —se ofreció Sole.
—Pero mientras tanto, si un día te atraganta la faena de la casa, pégame un telefonazo. En cinco minutos estaré en tu casa —propuso Sole.
Agripina con los ojos húmedos solo acertó a decir:
—Gracias chicas.
Durante un par de minutos guardaron silencio. Reme de repente, con algo de trabajo, se puso en pie anunciando:
—¿Nos vamos hasta el final del paseo?
—Todavía el sol está alto —previno Sole.
—Lo sé. Pero si esperamos a que se vaya el sol hará más bochorno, pues la tierra soltará el calor retenido durante el día
—argumentó Reme.
—Además una vez allí, ya habrá sombra —Apremió Agripina comenzando a caminar.
Tras recorrer un tramo Agripina volvió a tomar la palabra:
—¿Sabéis que ha dicho el ayuntamiento esta mañana?
—No —respondió Reme sin apartar la vista del camino por temor a pisar una piedra de cierto tamaño y perder el equilibrio.
—"Pos" que el ayuntamiento va a comprar un "parato" redondo para barrer el parque.
—¿Y qué pasará con los dos muchachos que barren? —quiso saber Sole.
—Los despedirán —anunció Agripina.
—No, no vamos bien; en alguna cosa fallamos —reflexionó Reme, sentándose en el último banco del paseo—. Nuestros muchachos emigran hacia las capitales en busca de trabajo. El pueblo cada vez es más viejo y ya hay bastantes casas abandonadas... Si seguimos así, dentro de 10 años cerrará la escuela por falta de niños.
Se quedaron calladas meditando lo que había dicho Reme. Al cabo de un rato Sole explicó:
—Hay una opción. Si el ayuntamiento decidiera comprar los terrenos que lindan con la carretera, se podría construir una gran nave para reparar coches, tractores, maquinaria agrícola... e incluso crear una escuela taller de mecánica para chicos que no superen la Eso.
—¡Pero si el ayuntamiento no tiene ni veinte duros! —objetó Agripina.
—Pero este dinero viene de la Comunidad Europea —le informó Sole.
—Entonces, ¿por qué no lo hacen?
—Preguntó Reme.
Sole exhaló un largo suspiro y habló con voz cansada:
—Por falta de voluntad política.
—Puerca de política —murmuró entre dientes Agripina.
Contemplaron el atardecer. El sol se ocultaba lentamente detrás de un cerro. La sombra ya ocupada todo el camino. Como pronosticó Reme, la sensación de bochorno aumentó. Agripina levantó la mirada y exclamó:
—Mirad quién hay en el cielo. ¡Qué grande y hermosa está la Luna!
—La Luna está fuera del cielo —le corrigió Reme.
—¡Esto es imposible entonces no la veríamos! —bramó Agripina.
—Agripina, tengo un libro de mi padre de cuando iba a la escuela. En el apartado de naturaleza, explica cómo es el Sol, la Tierra y la Luna —replicó Reme con paciencia.
Agripina calló inmediatamente. Si Reme lo ha leído, seguro que tendrá razón. Sin embargo, en el espacio todo está oscuro; entonces, ¿cómo se ve la Luna? Estaba en medio de sus cavilaciones cuando de reojo observó una figura que bajaba del camino del molino y exclamó:
—¡Padre Daniel!
El párroco levantó su bastón de senderismo a modo de saludo. Cuando faltaban unos metros para llegar al banco, Sole se levantó y caminó unos metros para que el sacerdote se pudiera sentar. El párroco vio el gesto de Sole, le sonrió y declaró:
—Ya me sentaría con ganas, pero tengo que celebrar la misa de las 8.
—¿Tan lejos tiene que caminar y con estas calores? —Quiso saber Reme.
—Tiene usted razón doña Reme, lo hago por el azúcar. Normalmente, camino por la mañana temprano. Pero hoy he tenido que resolver unos asuntos y pensé que por la tarde, no haría tanta calor...
—¿La Luna está dentro o fuera del cielo?
—preguntó a bocajarro Agripina.
—Eh...Ah sí, está fuera del cielo, Agripina
—respondió el párroco un tanto sorprendido.
—¿Y por qué no se cae? —Interrogó Agripina.
—Por la ley de gravitación universal de Newton —comenzó a explicar el párroco. Simplificando mucho, la Tierra actúa como un imán sobre la luna y el Sol también atrae la luna y la Tierra. Por eso, no se cae.
Agripina juntó ambas manos sobre el mango de su bastón. Después mirando fijamente a un punto del horizonte, dictaminó:
—He sido, soy y seré una ignorante.
El sacerdote meditó las palabras de Agripina y resolvió:
—Sin embargo ustedes hicieron un papel muy importante. Más importante que la llegada del hombre a la Luna.
—¿Cuál? —Inquirió Sole.
—Levantar un país después de una guerra civil.
El párroco caminó unos metros cuando de repente, se volvió hacia Agripina y le comunicó:
—¡Ah!, Agripina. El domingo después de la misa, recuérdamelo que te explique con más calma eso de la Luna —se giró sobre sus talones y reemprendió la marcha.
Agripina aguardó que el sacerdote estuviera lo suficientemente lejos para que no la escuchara y comentó:
—Creí que era obra de Dios...
—Tampoco lo ha negado —puntualizó Reme. Ya te lo explicará el domingo.
Ya comenzaba a oscurecer. En pocos minutos el color del cielo pasó de un azul claro a un azul eléctrico. Sole sugirió:
—Chicas, ¿Nos vamos yendo para casa? Es que quiero ducharme antes de cenar.
—"Pos" vamos —dijo Agripina levantándose del banco.
—Ya se hace de noche antes
—observó Reme.
—Solo hay dos cosas que me traen por el camino de la amargura: la noche y el frío. Sobre todo en invierno que me acuesto a las ocho por el frío y las noches son eternamente largas —suspiró Agripina.
—Pues yo, ya no paso tanto frío...
—Porque pondrás el calefactor media hora antes de ir a la cama —dedujo Agripina.
—No, si eso ya lo hago... es que me acuesto vestida. Por la mañana, cuando el frío da una tregua, me cambio de ropa —confesó Reme.
—Ya somos dos —reconoció Sole.
—Pero Sole, ¿y si tu marido quiere...?
—susurró Reme.
Sole soltó una espontánea y sana carcajada. Le informó guiando un ojo:
—Para eso, siempre encontramos la ocasión.
Llegaron a la casa de Reme. Mientras buscaba su llave, Sole preguntó:
—¿Te parece bien si venimos a buscar a las siete?
—A menos diez, estaré en la puerta
—confirmó Reme.
—Un momento —pidió Agripina con un deje de tristeza en su voz—, si salimos por la mañana, ¿qué pasará por la tarde? Se me hará muy largo el día.
—Mientras dure la ola de calor
—ratificó Sole—, no saldré. Me pondré el bañador y estaré en mi patio de las flores leyendo un libro. Cuando tenga calor, me ducharé con la manguera.
—Yo saldré —afirmó Reme. Pero si estando sentadas en el banco el bochorno es insoportable, te viene a mi casa para tomar un zumo de limón natural fresquito de la nevera.
—¡De acuerdo! —se alegró Agripina.
—Bueno, creo que está todo aclarado. Que pases una buena noche y hasta mañana —se despidió Sole.
—Lo mismo digo chicas. Ir con Dios —respondió Reme antes de cerrar la puerta del postigo.
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