La madrugada estaba fría. Escuché mi pulso acelerado al cerrar de nuevo los ojos. Respiré hondo, volvió mi sueño: corría y corría. Una grieta en la tierra amenazaba con tragarme. oía “lo va a alcanzar”. Desperté, solo para ver que la cabeza de mi esposa y la mía rodaban por la pendiente hacia la fisura. Me incorporé, tomé a mi mujer en los brazos y segundos después el temblor desmoronó la construcción. Dos cachetadas me volvieron a la realidad. La voz aguda de ella resonó: “¡Deja dormir!, con una chingada, ya van dos veces que me traes a la sala”.