Está enojada, lo puedo ver en su actitud distante, en el mohín de sus labios fruncidos. Ha cumplido los cuarenta y no está contenta, ¿por qué?... ¿No le gusta esta edad? ¿le da miedo que ya no existe la juventud de antaño, que las arrugas sobre el rostro comienzan a aparecer?... ¡Pero si es usted muy bonita!; bueno, enojona y bonita. ¿Sabe?, para estos casos difíciles guardo varios remedios. Usted, hoy necesita alguno de ellos. Mire, en el itacate de sorpresas que cargo, traigo: un beso inocente robado con ternura, ¿le gusta?; hay también, una sonrisa dulce llena de picardía; o éste otro: palabras de aliento que guardan todo el cariño de un corazón enamorado, ¿tampoco le llama la atención?... Traigo más, espere, alguna chuchería de éstas tiene que curarla. ¿Acaso un beso apasionado en esos hermosos labios rojos que tiene la calmaría? ¡Usted diga!... Yo le doy uno, dos o diez, enseguida. Si no le gusta apasionado, lo cambiamos por uno tierno y suave, o por uno melcochoso con mucha miel, como usted prefiera. Puede ser cortito o muy largo, según le guste. Lo mejor de todo es que no le cobraré por ninguno de ellos. Si no quiere besos, aquí también está mi corazón, que late desaforado, se desvive, derrapa y carbura mal por usted. Sí, aunque no lo crea es por su culpa. Deje ya de mostrar esa cara avinagrada señora enojona y bonita; si traigo todos estos cachivaches es porque soy rico en sueños, en ilusiones y estoy enamorado de usted. No sea rejega, venga a verlos, venga a compartirlos conmigo. ¿Qué quiero aprovecharme de usted, dice?... Bueno, tanto como eso, no. Pero es que la amo, ¿me oye?... ¡La amo!... ¡No estoy gritando, y ya deje en paz eso de la edad! Simplemente la amo con todos sus años, tal como es usted: enojona y bonita... ¡Vaya... por fin se ríe!... |