Ya casi en la senectud. En la edad de las intrigas. Y habiendo deseado más de los del título y menos de aquéllas; Matías Chamón se estaba planteando la posibilidad de hacer algo sonado, ante la tumba de su santa, cuando oyó unos lejanos y apagados gemidos al fondo del cementerio.
" Qué bien les sienta el luto a algunas"- pensó para sí, ante la contemplación de aquella dama.
Por mejor que se portara- recordaba- se iba la gente que más falta hacía y se quedaban los estorbos, como él mismo se consideraba- también reflexionaba. Pero esto fue antes de oír los lastimeros gemidos de aquella muchacha. En comparación con él- que ya era un vejestorio-, pues sobre unos cincuenta años rondaba.
En la flor de la vida andaba y ya con aquella pesada carga sobre su espalda. Pero no había perdido la elegancia, ni el cuidado y atención de sí misma. De luto riguroso pero bellamente vestida iba y con un rostro y tipo que no le iban a la zaga.
Al coincidir- por casualidad- en el camino central, con ella, que daba a la salida, se armó de valor y con voz respetuosa se dirigió a la muchacha.
Por tal supo que era reciente viuda y sola en la vida estaba. De verse en el cementerio surgió una amistad que con el tiempo en amor se transformara. Ambos pensaban que habían intercedido, desde alguna secreta instancia, quienes al otro lado del muro del camposanto reposaban. Como fuera, la alegría entró de nuevo en aquella casa. Ella no es una mujer solitaria y él- rejuvenecido- es la envidia de sus amigos de petanca.