Sin el ánimo de ser aguafiestas, menos en estos instantes en que el positivismo viene siendo un caramelo muy apetecible para la ansiedad manifiesta de la gente, unas cuantas ideas conspiranoicas rondan por mi mollera y ahora me las sacudo cual si fuesen parásitos ingobernables, para trasplantarlas al papel.
Primero que nada, diré que me fascina el espacio sideral, tanto así que cada mañana alzo mis ojos escudriñadores hacia la inmensidad azul celeste, con la inocente esperanza de descubrir siquiera un minúsculo punto que arrope mis expectativas.
El amartizaje del Perseverance me produjo una especie de éxtasis una vez que se posó sobre su polvoriento derrotero. La nitidez de las imágenes invitaba a husmear cardúmenes rocosos y montículos tras los cuales podría ocultarse algo fascinante. Me maravillaron esas imágenes singulares de un mundo solitario, ahora asediado por científicos metálicos que mensuran, horadan y realizan experimentos para que el paladar científico cuantifique y saque importantes conclusiones.
Fue el acabose cuando el carromato recorrió las laderas, proyectando huellas sobre ese piso jamás hollado por el hombre. Eso pronto fue superado por un testimonial acto de coquetería robótica, en que estiró su brazo casi invisible para sacarse una nítida selfie.
Y aquí es donde aterrizo de golpe, evaporándose todo
mi entusiasmo en este éter que me envuelve como un paquete de regalo. O como una presa a punto de ser engullida. Paso a paso, voy recopilando mis decepcionantes conclusiones que gotean en alguna parte de mi ser como aceite quemado. De la epifanía me he desplomado a las miasmas del terrenal sentido común, ese que siempre evadí para darle paso a vibrantes fantasías. De la nada misma surge una reconvención que me conmociona: -¡No puedes ser tan iluso! Millones y millones de kilómetros nos separan de Marte y el Perseverance transmite como si estuviera aposentado en la casa del vecino. Ni las películas de ciencia ficción se vanaglorian de poseer paisajes tan creíbles como los del robot. Un artificio que se saca fotografías con un arte y precisión que sólo podría ser superado por don Jaime, el recordado fotógrafo del barrio.
Y me sacudo ese traje de ser maravillado para trocarlo por un andar más cauteloso. No llegaré al extremo de adherirme a las ideas terraplanistas que remecen todo el tinglado, sino sólo imaginar que en estos tiempos angustiantes, de encierros obligados, de vacunación masiva y todo esto oscurecido por un futuro impredecible, no es descabellado imaginar que se ha creado esta parafernalia mediática para divertirnos, asombrarnos y ¿por qué no decirlo? esperanzarnos en medio del caos con un futuro promitente, diseñado por la ciencia para el futuro de la humanidad.
Son sentires que cascabelean en mi interior aunque, de todos modos, ansío equivocarme e imaginar que allá lejos, sideralmente lejos, un explorador metálico pavimenta las esperanzas del ser humano.
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