Recuerdo:
Allá por los finales de los años ochenta tuve la suerte del ver "La Familia". Uno de los filmes italianos más importantes de aquella década. Aunque no lo vi en el cine, sino en mi casa, en una película del video club. Algo muy común y habitual en esos tiempos tan particulares. La cinta recorría la vida de Carlo (Vittorio Gassman) y culminaba el día en que cumplía 80 años, justo en la fiesta de su cumpleaños.
Aquella visión del VHS sobre el televisor a color de mi casa, me hizo tomar conciencia por primera vez sobre el paso del tiempo y sobre el desvanecimiento de las convicciones en la que tanto hemos creído y por las que a veces hasta nos hemos jugado la propia vida para defenderlas. Se me aparecía la muerte, la esperanza, el recuerdo y la propia existencia como en un caleidoscopio fantasmal de imágenes que terminaban por atraparme en la red de mi propia memoria. Era joven, desde ya, aunque tal vez podría decir, medianamente joven y ya notaba el alud que estaba cayendo sobre mí. La película mostraba también los paisajes urbanos y el acento tan singular del pueblo italiano y las actitudes – a veces- reñidas con la supuesta moral y el cinismo y el desenfado de la gente.
Recuerdo en especial una escena algo patética, dónde Gassman solo en su casa, ya siendo un tipo grande y cercano al retiro se cocinaba un par de huevos y una papa.
Testimonio:
Pues bien, anoche estaba solo en mi casa (soy divorciado y vivo solo) y como no sabía bien qué comer puse a cocinar un par de huevos y una papa.
Hay algo de conectividad en las cosas humanas.
Hilos invisibles que guían nuestra conducta en este errabundo y minúsculo planeta que vaga por el Universo y que no se dirige a ningún lado.
El hecho me atrajo de manera irresistible a las imágenes de la película de Ettore Scola. En especial porque me puse a recordar los días de las cenas navideñas de mis padres (y luego las mías propias), las enormes comidas campestres en las casas de campo y el tiempo de los pantagruélicos almuerzos con compañeros de trabajo. Y allí estaba yo ahora ahí, poniendo a hervir un poco de agua.
En fin, no quiero afirmar ni negar nada.
Sé de la relatividad de las cosas humanas.
Algunos dicen que el arte copia a la vida y otros afirman que es la vida la que copia al arte. De todos modos, verme a mí mismo cocinar aquel par de huevos y la papa tal como lo hacía en la película el gran Vittorio me dio mucho que pensar.
Creo que alguna simetría debe haber en la existencia de la gente.
Seguramente muchos crecen y envejecen y pasan por las mismas cosas.
Vaya uno a saber porqué, pero, bueno, no me hagan caso.
Por de pronto, y para evitar reflexiones como ésta, estoy decidido, en lo sucesivo, a dejar de hervir un par de huevos y una papa en la cocina de mi casa. Tal vez ordene comida china e intente comerla con palitos como en Asia. O tal vez pida una pizza y una cerveza y me siente solo frente al ordenador para olvidarme del tiempo que pasa.
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