Subía por la vereda,
por la vereda empinada.
Subía con gran fatiga,
con fatiga y buena cara.
El frío la entumecía,
el aliento le faltaba,
su fuerza languidecía
a medida que trepaba.
El cabello volandero,
arreboles en mejillas,
ojos grandes como soles,
piernas largas y mullidas,
senos firmes, anhelantes,
mecidos a los impulsos
de corazón palpitante.
Subía hasta la cima,
la cima de la montaña,
vencida por la fatiga,
orgullosa por hazaña.
* * *
Paisaje que ella viera
en la cima ya alcanzada
jamás creyó existiera
ni en sueños lo soñara:
la pureza del ambiente,
silencio que se palpara,
la nitidez de la nieve,
el cristal del agua clara;
verde verdear de pino,
azul de cielo divino,
ocres, pardos y amarillos
de piedras, prados y trigos.
* * *
Fatiga que ella sintiera,
arrobo que la invadía,
el pecho que se movía
con ritmo de lanzadera;
emoción incontenida,
lágrimas, rodar de perlas:
¡canto de amor a la vida!.
Bellezas tantas al verlas
desde la alta montaña,
que redimen el mañana,
¡y si Dios no existiera,
la montaña lo creara
como si mismo Dios fuera!
Angel F. Félix |