Aunque inmutable la hoja
pareciese quedar suspendida,
arremolinando el aire tibio
se alzará la ráfaga herida
sacudiéndola en castigo.
Reclamándola para sí
hasta tomarla cautiva.
Azotándola en el suelo
hasta dejarla partida.


Y es que la tranquilidad ajena
se huele a falsa justicia,
y la envidia se despierta
para vestirse de violencia.


Recuerda que los vidrios rotos,
en una cuerda suspendidos,
se hacen la voz del viento
íntimamente atados.
Suavemente unidos.


Que el pago por el abandono
es abrir suavemente la puerta
y a respetuosa distancia
conmoverme con tu sonrisa.
Que el premio por el abandono
es el rostro que se asoma
entre la oscuridad iluminado.


Recuerda que los vidrios rotos,
en una cuerda suspendidos,
atrapan de la luz el aliento
para hacerlos quejidos
y susurros del viento.


Que siempre que quieras,
podrás bailar
a la luz de la luna,
rogando el consuelo,
que penetra por los ojos
para añadir humedad
al dolor y su reflejo.


Que se hizo necesario
conectarse al cuerpo
para rozar el alma,
con la roja suerte
de poder escupir
sangre a la cara
de la certera muerte.
Y soportar los muchos
golpes de la tensa vara,
como caricias del alma.


Agradezco a la mano
que me acarició la cabeza,
al pequeño sol que por mí
se hizo placentera tibieza.
Dulce canto enamorado
de verdadera comunión
que me conservó en una pieza.