No sé cuál es el resorte que me motiva a contemplar películas de terror. Salvo poquísimas excepciones, el argumento de estos filmes es muy básico, bastante previsible y sin embargo, me mondo las uñas mientras digiero esa fabricación primaria de lo ineluctable y se me acelera el corazón cuando algún aparecido se insinúa entre las sombras e irrumpe en escena anunciado con música que pareciera provenir desde el mismísimo averno. Lo confieso, prefiero esa evasión de poca monta a algunos dramones insufribles que ni siquiera le llegan a los talones a los alarmantes guarismos de la pandemia que nos asuela.
Entiendo que el cine siempre fue la panacea para las familias, sobre todo las de más escasos recursos, de tal manera que en el presupuesto familiar se destinaban dinerillos importante para este rubro. Como ya todos sabemos, esto ha decrecido a niveles dramáticos con la irrupción de las plataformas de streaming que a bajo costo permiten a los cinéfilos disfrutar de una amplísima cartelera.
Retomando el tema de las películas de terror, hace varios años acudí a un cine del centro de la capital que exhibía una de estas cintas que la prensa había publicitado sin escatimar columnas. Pues bien, en la penumbra visualicé una sala asombrosamente vacía, destacándose nada más que un desierto de respaldares . Pensé: “Están proyectando la película sólo para mí” y un escalofrío me recorrió la espalda. A punto estuve de levantarme y salir, pero unos estridentes violines anunciaron que el film comenzaba. Encogido en mi asiento me desgarré, temblé y casi grito cuando una sombra se instaló dos filas más adelante. Sólo era otro espectador que llegaba atrasado. Eso me confortó un tanto, sin evitar tremendos sobresaltos cuando los acordes de la música tildaban los momentos cruciales. No lo niego, dicha experiencia fue traumática, tal si me hubiesen abandonado en un cementerio en plena oscuridad.
Ya sé, algunos expresarán sus reparos, que exagero, que esto y que lo otro. Pero también recuerdo que alguien comentó que la gente asustadiza sólo es la que posee demasiada imaginación. Eso en algo me conforta.
Quizás mis sueños estuvieron influenciados anoche por alguna de esas películas que me provocan escalofríos. El asunto es que caminaba a tientas por tenebrosos laberintos. Escuchaba el retintín de voces y sonidos que en la oscuridad adquieren la categoría de macabros. De pronto, una claridad meridiana y mi difunta madre estirándome su mano cálida. Palpé su tibieza muelle, se deshicieron las sombras y de inmediato desperté con la indefinible sensación de alegría y nostalgia ovilladas en mi corazón. ¿Será la influencia de este fin de semana largo y de tanto significado para los que creen y para los que sólo respetan, aguardando que todo se temple en los días sucesivos, para retomar esta realidad alarmante que se asemeja a otra superproducción de terror?
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