Al salir del parque, lo sentí. Fue una sensación natural donde el lugar no era el adecuado. Hacía muy poco tiempo había salido con Mariana a caminar y la vuelta a casa estaba proyectada para un rato más. La miro y sabiendo lo que pasaba le digo, vamos a dar la vuelta al parque y volvemos. Aproximadamente eran 30 minutos más que nos separaban de la vuelta a casa, así que dije, vamos.
La sensación iba en aumento junto con la velocidad de mis pasos. Ella no sabía lo que mi cuerpo estaba transitando y con el tiempo esa molestia corporal iba en aumento. Estábamos en un momento espacial donde dar la vuelta y volvernos, era lo mismo que seguir adelante. Era justo el lugar más alejado a nuestra casa y era imposible cualquier atajo. Así que, seguimos caminando.
Con cada paso, la sensación de malestar iba en aumento. Intentaba no pensar en lo que estaba sucediendo, según palabras de mi vieja, uno se olvida del malestar cuando no esta pendiente de él. En este caso, los pensamientos variaban desde mirar el árbol, de política, de comida, pero el cuerpo me hacía recordar lo que pasaba. Esa sensación de un manantial interno recorría mi cuerpo que chocaba contra una pared. Era como una escollera que contenía el devenir del océano para que el golpe no sea tan duro.
La vuelta a ese parque la conocía casi metro a metro y en mi cabeza como si fuera una película iban pasando los lugares que aún quedaban para llegar a mi casa. Como es natural, mi cuerpo se fue contrayendo, sobre todo la parte pélvica y el agua hacia cada vez más fuerza. La crecida del río interno era evidente y la represa por ahora lo contenía. Ahí le comenté a Mariana, ya que cada vez mis pasos iban más rápidos, pero sin ser lo suficientemente rápido para que el golpeteo del cuerpo, ese vaivén corporal producto de un trote, hiciera que la relajación trajera una consecuencia peor. La pandemia, maldecida una vez más, hizo que la única salida era la llegada a mi hogar, ya a unos 600 metros.
Ella entendiendo la situación, me agarro la mano y me acompaño en esa caminata veloz, sin parar en algún puesto a los cuales habíamos ido a chusmear. Ya habíamos salido del parque, 400 metros nos separaban de mi casa y el caudal interno luchaba contra esa pared de concreto que estaba bloqueando su salida, su única salida.
Mi mente tenía como único objetivo de ir hacia adelante, las palabras que salían de mi boca eran monótonas, monocordes y sin pensar. Cualquier esfuerzo de más, pensaba, iba a ir contra mi voluntad generando una pequeña laguna en el medio de la calle. No podía correr ese riesgo. “Vamos que falta poco” me alentaba internamente
- Tene las llaves listas. – le dije a Mariana al dar vuelta a la esquina separando los últimos 80 metros que nos separaban del paraíso.
Abrimos la puerta. Esos minutos finales, esos segundos donde estas encerrado en el ascensor viendo como suben los pisos hasta llegar al tuyo, son eternos. El esfuerzo corporal y la concentración es máxima, para que no ocurra esa relajación que tire por la borda todo el trabajo realizado.
El ascensor se detiene, la puerta se abre y la llave busca su cerradura de tal manera que pasan solo 3 segundos hasta que…llegamos.
Ese manantial de placer, ese rio interno que vierte en un nuevo océano sin ninguna traba que lo bloquee, esa relajación mental y corporal de saber que el trabajo ha sido realizado con éxito…hace que sea feliz.
@nahuelroig24 |