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Inicio / Cuenteros Locales / nelsonmore / LE FASCINABAN LAS ROSAS (cuento)

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Le fascinaban las rosas de todos los colores, menos las rojas. Así no hubiera rosas por donde andaba, ella las veía bien florecidas, sentía hasta sus aromas y era feliz en ese mundo de pétalos y colores. Así como las veía por todas partes, de una en una dejo de verlas, era como si a cada minuto desapareciera una de ellas, hasta que llegó un momento en que no vio ninguna. Ella era esquizofrénica y se deprimía con facilidad, al no ver más las rosas se sumió en una profunda depresión, solo veía naturaleza calcinada, producto del intenso verano que se negaba a marchar pronto.
Esther se había casado muy joven con Juan, ella estaba más enamorada que él y no hallaba la hora de casarse para estar todo el tiempo al lado de su amado, quien se aprovechó del amor que ella le profesaba. Juan era uno de esos hombres prácticos y demasiado frívolos. De él no se podía esperar rosas y versos, ni siquiera chocolates. Era un hombre muy guapo, el típico hombre con quien sueñan las mujeres: alto, musculoso, de ojos azules y con una cara de ángel. El error de Esther fue haberse enamorado de su físico y no de su alma, que a propósito la tenía muy vacía, si la hubiera tenido llena de amor y ternura, Esther habría sido muy feliz a su lado. Por ratos ella pensaba en divorciarse de ese galán de pacotilla, pero el temor al que dirán de la gente la frenaba.
De esa unión atípica nació José, quien después de terminar la secundaría se fue a estudiar a París, pues le fascinaba la ciudad luz. Podía estudiar gracias al dinero que su madre le giraba cada mes, pues el padre era un mantenido que se la pasaba calle arriba y calle abajo, no levantaba ni para los cigarrillos, pues Esther le daba dinero para que los comprara.
Juan, al ver tan enferma a Esther, le dio remordimiento de conciencia y se arrepintió de no haber sido un esposo ejemplar, sino un papa natas frívolo y vacío. Al verla enferma le dio miedo que se muriera y al morirse tendría que defenderse solo, pues ella había hecho un testamento en el que le dejaba todos los bienes a José, si este le daba algo a juan, ya era otro cuento. José no quería mucho al padre, pero por la madre sería capaz de dar hasta la vida. Al enterarse de la enfermedad de su madre había decidido viajar tan pronto como pudiera, no viajó en ese momento porque estaba realizando los exámenes finales en la Sorbona; además las aerolíneas francesas estaban en huelga, reclamaban mayor salario y estabilidad laboral para sus empelados. En la Sorbona José estudiaba medicina, ya llevaba más de media carrera, José era uno de los alumnos más destacados de esa universidad.
Juan, desde el momento en que Esther enfermó, no tenía paz, se sentía culpable de lo que a ella le estaba pasando y lo primero que hizo fue echar muchas carretadas de tierra de cultivo en uno de los patios de su casa, tenía la intención de sembrar semillas de rosas lo más pronto posible.
Después de ese verano tan largo y tan intenso llegó el otoño, otoño en el que cayeron hojas secas de los árboles, durante tres meses consecutivos las calles se convirtieron en una alfombra de hojas secas, cuando Juan salía a caminar las sentía crujir en cada paso que daba. Una noche soñó que una avalancha de hojas secas caía sobre él, cuando creyó que había llegado la hora de su muerte, logró despertarse al escuchar la sirena de una ambulancia que iba rauda por las calles de Granada.
Cinco días antes que el otoño se marchara echó mucha agua con una manguera sobre la tierra de cultivo que había echado en el patio de su casa. Luego sembró semillas de rosas de todos los colores, menos semillas de rosas rojas, pues pensaba que ese color era muy fuerte para la vista de quien las mirase.
La llegada del invierno reverdeció el pasto que estaba calcinado. Llovió durante tres meses. Muchos seres humanos se deprimen en la época invernal; en cambio otros se llenan de dicha y alegría, pues disfrutan al escuchar el ruido de la lluvia al caer sobre los techos y ventanales. Para Tales de Mileto, el agua fue el elemento que dio comienzo al universo. Juan reconocía la importancia del invierno, pero deseaba que pasara pronto, pues estaba convencido que con la llegada de la primavera, Esther recuperaría su vitalidad y calma, pues en el jardín de su casa habrán florecido rosas de todos los colores.
El invierno se marchó después de reverdecer los campos. La primavera llenó de colores y aromas todos los lugares. Pese a que el paisaje era de fantasía, Esther seguía deprimida y esa depresión la llevó pronto a la muerte. Juan, al ver que estaba muerta la llevó al anfiteatro a que le hicieran la respectiva necropsia, para saber la causa de la muerte, pero el médico forense no pudo hacérsela pronto, pues antes de ella había muchos muertos que habían fallecido en un siniestro aéreo, cuando un avión que debía aterrizar en el aeropuerto Federico García Lorca, se vino a tierra solo a cinco kilómetros antes de llegar a Granada, ciudad que se destaca por su bella arquitectura de corte medieval. En ese siniestro murieron todos los pasajeros y la tripulación, los muertos fueron trescientos.
Juan, estaba realizando todas las gestiones con la funeraria y el campo santo para sepultar el cadáver de Esther. El médico forense ya se aprestaba a iniciar la necropsia y de repente sucedió lo que nadie esperaba. Nadie lo podía creer, pero era cierto Esther después de estar muerta volvió a la vida. En lugar de enterrarla a ella tuvieron que enterrar al forense, a quien le dio un infarto fulminante y nada pudieron hacer los médicos del Hospital Universitario San Cecilio por él. Al volver a su casa vio que Juan había echado tierra en uno de los patios, a pesar que había sembrado semillas de rosas no había germinado ninguna. Ella lo llamó y lo regañó por haber echo semejante brutalidad. Ante ese regaño Juan le dijo:
-Mi amor, acaso tú no ves las rosas blancas, amarillas y verdes que yo estoy viendo.


AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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A Esther le fascinaban tanto las rosas, que sería capaz de dar la vida por ellas; no concebía la idea de vivir sin rosas. Era tanta la obsesión, que con solo pensar en ellas las veía aparecer en el camino. Por donde andaba veía rosas así no las hubiera. Cuando pensaba en una rosa amarilla, en el acto aparecía una rosa amarilla en el camino; lo mismo sucedía cuando pensaba en una rosa blanca, verde y azul; apenas pensaba en rosas de estos colores, al rato aparecían por los lugares que caminaba. Nunca pensó en una rosa roja pues creía que ese color era muy fuerte para la vista. Jamás llegó a comprar una prenda roja, pues la mayor parte de su ropa era blanca, al vestirse de blanco se sentía más pura.
Durante mucho tiempo vivió feliz en ese mundo de pétalos y aromas, sentía la esencia de esas rosas tan singulares, al punto que después de sentir esos aromas tan exquisitos, se ponía a suspirar. De repente, las rosas que veía se volvieron invisibles y ya no pudo verlas más, pues fueron desapareciendo cada minuto de una en una. Todo sucedió tan rápido que sólo veía el pasto calcinado, producto del intenso verano que negaba a marcharse pronto. Su mente quedó en blanco y más que en blanco quedó a oscuras, pues ya no pensaba. Desde hacía varios años Esther vivía con Juan, quien era un hombre común, de esos que toca decirles las cosas para que las hagan y ni aún así las hacía. Esther le había dicho muchas veces que tenía una gran debilidad por las rosas, pero Juan se hacía el pendejo y nunca llegó a la casa con un ramo de rosas para Esther.
Esther, perdía la calma cuando no conseguía lo que deseaba. Al no ver más rosas, perdió la calma por completo y luego se sumió en una depresión, que al paso de los días se agudizó más. Ya no salía a la calle, ya no se vestía de blanco, sino de negro. Cada día su salud empeoraba, hasta que llegó el momento de su muerte. Juan, ese día había salido a hacer unas compras. La noche anterior soñó que una mujer muy hermosa le decía: "cómprame rosas pronto, pues me pienso marchar para siempre". Ese día Juan le había comprado un hermoso ramo de rosas blancas pues el sueño le dio miedo y creyó que la mujer del sueño era Esther. Al llegar a su casa abrió la puerta muy despacio, luego se sacó los zapatos para no hacer ruido y cuando llegó a la alcoba ya era demasiado tarde, pues la encontró muerta. A pesar de ser un hombre frívolo y vacío lloró sin consuelo pues le dio remordimiento no haberle comprado las rosas en vida.
Al rato llegó su único hijo y con él la llevó al Hospital Universitario Cecilio de Granada. El médico forense no pudo hacerle la necropsia rápido, pues antes de ella había más de trescientos muertos, producto de un siniestro aéreo, donde un avión que debía aterrizar en el aeropuerto Federico García Lorca, se vino al piso cinco kilómetros antes de llegar a su destino. En el siniestro murieron todos los pasajeros y la tripulación. Solo después de setenta y dos horas, el forense se aprestaba a hacerle la necropsia a Esther y justo en ese momento ella se despertó de ese sueño profundo de tres días en el que se había sumido. En lugar de enterrarla a ella, enterraron al médico forense, a quien le dio un infarto fulminante. En esta oportunidad Esther volvió a ver flores por todas partes, flores de todos los colores, menos rosas rojas. Además cada rato escuchaba El Ave María de Haydn, sin que la música estuviera sonando.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA

Texto agregado el 02-04-2021, y leído por 150 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-04-2021 Jajajaa...muy buen remate, Pedro!!! No diré nada para no "quemar" tu cuento. Un beso. MujerDiosa
 
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