Y SERÉ MEJOR SORDO QUE ANTES…
Mi esposa estaba en la cocina del nuestro departamento horizontal, cuando de pronto cerró la canilla del agua caliente, se secó las manos rápidamente, nerviosa, giró hacia mí, y sin mediar otras palabras protestó:
-Esto no puede seguir así… Todo anda mal acá… Es hora de que apuremos a ese consorcio tan lento que tenemos!
-¿De qué divorcio lento me estás hablando? ¿Te volviste loca? le contesté levantándome abruptamente de la mesa…Había entendido mal una palabra y ella se enardeció más que nunca, pero enseguida aclaramos esta cuestión y quedamos “amigados” como siempre. Una vez más, porque esto era algo de todos los días, nuestro matrimonio transitaba por la cuerda floja con esto mío de escuchar lo que imaginaba…
Es que hacía bastante tiempo que yo sufría una pérdida progresiva de la audición, oía un poco del oído derecho y nada del izquierdo. Aunque tuviera puestos esos audífonos gratuitos para pobres jubilados seguía oyendo muy mal, una cosa por otra.
- Son buenos, pero hay que acostumbrarse, me anticiparon en el Anses. Evidentemente, yo no me adaptaba nunca. Ya estaba a punto de tirarlos a la basura por obsoletos, ineficaces e inservibles, cuando se me ocurrió provechar algo bueno que les pude encontrar. Algo que si no cambiaba nuestro entendimiento conyugal, nuestra calidad de vida, al menos protegería mi integridad física…Sabía que con estos adminículos regulados al máximo podía exaltar sonidos casi imperceptibles al oído humano. Entonces me propuse esto; yo seguiría con estos puestos oyendo a medias y arreglándomelas como siempre hago, con algunas palabras sueltas que capto de mi mujer, armo mi propia versión de lo que pudo haberme dicho, y termino contestándole a ese mismísimo respecto…
Hasta acá, nada mejor, ya dije que la ventaja sería solo para mí. Porque esto seguiría; cuando mi querida esposa ya no soportara más ese artilugio mío de salir del paso como sea, y antes de que se cargue de esa fiereza incontrolable que le conozco, yo ya estaría en sobre-aviso para defenderme. Oiría sus maldiciones apenas le salieran masculladas de su boca, el rechinar de los dientes mientras piensa cómo terminar de una vez por todas este problema conmigo. O para no ser tan fatalista, desde mi espalda escucharía el sutil deslizar de un cuchillo sobre la mesada, pronto a cortarme la oreja izquierda tal como me lo había prometido si seguía con esta porquería puesta ahí…
|