Ya se cumplió un año desde que todo se inició. El 25 de febrero del 2021 fui diagnosticada con Covid-19. Al leer el diagnóstico no podía creerlo. Un cerro de emociones, literalmente, cayó sobre mi.
Mi pequeña Isabella y sus dulces ojos no hacían más que mirar impávidos mi cara de sorpresa, susto, incertidumbre.
Por mucho rato me creí invencible, inmune, hasta privilegiada por una fuerza sobre humana, incluso divina...pero no, era más vulnerable de lo que pensaba.
Estuve 20 días sumergida en el más diverso escenario de síntomas...incluso en algunos momentos sintiendo una falsa recuperación.
Dejé de dormir por las noches durante tres días seguidos, invadida por una serie de pesadillas que ya no percibía si eran reales o imaginarias.
Tuve miedo, creo que más que nunca.
Sentir que en tu cuerpo yace algo extraño, para lo cual ni siquiera hay remedios, ni siquiera un declive de sintomatologías que te den luz de esperanza de que pasados los días peores te sentirás mejor.
Tuve miedo, mucho. Y me aferré a creer que los dos años y algo de lactancia materna serían las mejores barreras para protegerte... y así fue.

Lamentablemente los seres humanos muchas veces tomamos conciencia de las situaciones sólo después de vivir las experiencias.

Hoy tengo más conciencia y más miedo.