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Mientras Mariano, recostado en el sofá del salón, se entretenía viendo el noveno capítulo de la decimotercera temporada de “Sudáfrica: cuando fuimos los mejores”, Concha, refugiada en el despacho y rodeada de libros, devoraba con creciente entusiasmo “El amante de Lady Chatterley”. Un entusiasmo, bien es verdad, que no sólo era de tipo literario, sino también, y muy principalmente, de tipo erótico. Y es que Concha tenía una facilidad asombrosa para abstraerse del mundo que la rodeaba e introducirse de lleno en el mundo ficticio de las novelas que leía. Se metía en la piel de los personajes y hacía suyas sus acciones y sus sentimientos. A lo largo de su vida, esa extrema empatía le había ocasionado algún que otro disgusto, aunque nunca nada serio. Su anécdota favorita, ésa que no se cansaba de contar a sus amigas y ésa que sus amigas no se cansaban de escuchar, consistía en que, siendo niña, después de leer “El nadador”, empezó a colarse, una tras otra, en todas las piscinas privadas del pueblo, hasta ser finalmente detenida por la Policía Local. El caso es que “El amante de Lady Chaterley” se había ido convirtiendo con el paso de los días, y de las páginas, en “El amante de Lady Concha”, y que esa tarde su grado de excitación había sobrepasado ya los límites razonables (si es que la razón tiene algo que ver con todo esto). De repente, no pudo aguantarlo más, cerró el libro, se fue corriendo al salón, abrió la puerta y le dijo a su marido:

- Mariano: ¡Ya! ¡Ahora!

Su marido, ajeno a las implicaciones de aquellas palabras, le replicó:

- ¿Ya qué? ¿Ahora qué?

- Que ahora me apetece. Déjate de tanto fútbol, que se te va a secar el cerebro, y ven a revolcarte con tu mujer como Dios manda.

- No sé…justo ahora…

- Sí, ahorita mismo. Conéctate a Internet y en cinco minutos acabamos los trámites.

Mariano apagó el televisor, cogió la tablet, entró en la página web del MCA, el Ministerio de Consentimientos Amorosos, y en seguida dio con el formulario. Pero, cuando ya estaban a punto de enviar sus respectivas declaraciones juradas, por las que afirmaban solemnemente ser personas adultas que, de forma libre y voluntaria, accedían a mantener relaciones mutuas, satisfactorias e igualitarias, la tablet dejó de funcionar.

- Tengo una mala noticia, Concha.

- Soy todo oídos, Mariano.

- Que esto sea ha jodido.

- ¿El qué se ha jodido?

- La tablet, ¿qué va a ser?

- Bueno, pues lo siento mucho pero yo no me quedo sin mi polvo.

- ¿Perdona?

- Lo que oyes. Lo mismo que lo qué pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas, lo qué pase en nuestra casa se quedará en nuestra casa.

- De eso nada, cariño. La ley es la ley y la tenemos que cumplir todos. La Ley del Consentimiento es una ley democrática, respaldada por nuestros representantes, por los representantes del pueblo español y tenemos que cumplirla a rajatabla, faltaría más.

- No sé, Mariano. Tú estás flipando un poquito, ¿no? ¿Qué pasa? ¿Que no te fías de mí?
¿Temes que te vaya a denunciar?

- No sé trata de eso, Concha. Se trata de que somos ciudadanos de un Estado Social y Democrático de Derecho y debemos respetar la ley. Eso es todo.

- Si lo sé, no me caso contigo, mira lo que te digo. Ahí arriba, en tu linda cabecita hay algo que no funciona correctamente. ¿De verdad no lo vamos a hacer? ¿Es tu última palabra?

- Sí, es mi última palabra. Of course. Si no hay consentimiento, no hay nada. Otro día será. Además, el consentimiento es la única garantía que tenemos si luego las cosas se ponen mal. El consentimiento expreso, claro; que eso del consentimiento tácito ya sabes que ahora no se lleva. Y aunque se llevara: ¿cómo demostrarlo? Imposible. Nada, nada, yo sigo con mi fútbol, y tú, con tu novelita.

- Ya sé lo que vamos a hacer. Arréglate un poco, Mariano, que ahora mismo cogemos el coche, nos plantamos en el ministerio y declaramos presencialmente.

- ¿Pero no ves que entre unas cosas y otras va a pasar mucho tiempo y, cuando ya tengamos los permisos, se te habrá pasado el calentón y no querrás hacer el amor ni querrás hacer nada?

- Tú arréglate que nos vamos.

El tráfico era bastante denso y tardaron casi una hora en llegar. Nada más traspasar las puertas de entrada, uno de los conserjes les espetó:

- Les comunico que cerramos a las 8,00.

Mariano, que no entendía, le respondió:

- Sí, ya nos lo imaginamos. A las 8.00, como en todos sitios.

- Ya, es que son las ocho menos veinte.

- Por eso. Hemos llegado a tiempo.

- Si ustedes observan bien, se darán cuenta de que hay mucha gente haciendo cola. Y a las 8.00 se cierra el chiringuito. Si para entonces no les han atendido, lo sentimos mucho, pero tendrán que marcharse. Mañana por la mañana tendrán una nueva oportunidad. Francamente, en veinte minutos no creo que les vaya a dar tiempo a realizar sus gestiones.

A pesar de la advertencia, Mariano y Concha no estaban dispuestos a irse con las manos vacías. Se pusieron en cola y, por una vez, la fortuna se puso de su lado: un par de minutos antes de las 8.00 tuvieron sus permisos en regla. Esta sorprendente y bendita fluidez en los trámites burocráticos no fue, sin embargo, acompañada por idéntica fluidez del tráfico durante el trayecto de vuelta. Hacía poco tiempo que había terminado un partido de fútbol en un estadio cercano, y la consiguiente estampida de coches, semejante a la de una manada de ñus en el Serengeti, hizo que la circulación fuera extremadamente tupida. Mariano fue el primero que habló:

- Dale caña, Concha. No vaya a ser que al final perdamos la tarde sin sacar nada en claro.

- Voy todo lo rápido que puedo. ¿Qué quieres decir con eso de que vamos a perder la tarde?

- Pues lo que tú sabes: que los permisos tienen una validez de dos horas. Y, al paso que vamos, cuando lleguemos a casa, lo único que podremos hacer será cenar un poquito y echarnos a dormir.

- Llevas razón. Tenemos que hacer algo.

En ese momento, Concha tomó una decisión drástica. Abandonó la autopista en el primer desvío y se internó en una carretera secundaria que desembocaba en un campo de maíz, en el mismo campo de maíz que había sido escenario de sus primeros escarceos amorosos cuando era joven. A esa hora de la tarde había poca luz y se sentía a salvo de miradas indiscretas. Pero, lamentablemente, no lo estaba. No muy lejos de allí, unos escolares que se encontraban de excursión empezaron a intercambiarse con ansiedad unos prismáticos. La profesora les preguntó qué pasaba, si habían descubierto alguna clase de pájaro que no conocían, o algún tipo inusual de mariposa. Cuando uno de los niños le dijo que no habían visto nada de todo eso, sino a un hombre y una mujer desnudos haciendo cosas muy raras, la señorita les requisó los prismáticos y avisó inmediatamente a la policía.

Afortunadamente, la pena por escándalo público era bastante llevadera. Mariano y Concha fueron condenados a no realizar actos sexuales, ni entre ellos ni con terceras personas, durante medio año. Aun así, los seis meses se les hicieron muy largos. A veces, en las noches más benignas, la pareja salía a desfogarse a la terraza, donde, aparentemente, nadie les podía ver, ni siquiera las cámaras que el MOP, el Ministerio de Orden Público, tenía instaladas por toda la casa.

- Ay, Mariano, con lo bien que estaríamos en nuestra camita…

- Ay, Concha, si no te hubieras metido en el maizal...

- Ay, Mariano, si no te hubieras empeñado con el dichoso papeleo…

Texto agregado el 01-04-2021, y leído por 103 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-04-2021 Desopilante. ***** Clorinda
01-04-2021 Una pregunta, si las cámaras del MOP no visualizaban hasta la terraza, ¿cómo entonces visualizaba hasta la recamara? Y si la pareja era capaz de saltarse todo el papeleo y "hacerlo" a hurtadillas, por qué no se saltaron ese requisito desde el principio. Luego: es posible o natural que escolares estén --supongo que divirtiéndose-- a ésas horas de la noche? Y que la maestra crea que ven pájaros. D2EN2
 
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