RECUERDOS
El niño mira por la ventana, aún no tiene recuerdos, empieza a fabricarlos.
Ya viejo, con un whisky en la mano, en la misma ventana empieza a recordarlos:
Su hermosa mamita, siempre tan alegre, le decía que se fuera al patio cuando algún tío la visitaba. Llegó a tener muchos tíos, pero no un papá.
Ya adolescente, su apetitosa prima que no lo pelaba.
Pequeño, cuando su mamá se fue con uno de sus tíos, pasó a vivir a la próspera hacienda de su abuela, doña Esme, riquísima, beata señora, adalid de la iglesia, perteneciente a las múltiples cofradías eclesiásticas, pero, fría y egoísta con el nieto.
Doña Flor, la cocinera, que se apiadó del niño y le dio cariño.
El padre Gumersindo, sacerdote jesuita, su tutor. Por el “qué dirán” convenció a doña Esme para que el muchacho terminará la prepa y entrara el seminario y dedicarlo al servicio del Señor.
El viejo mira con amor, por la ventana de la hacienda, a sus nietos que juegan con alegría en el jardín. Sigue con los recuerdos:
Cuando feliz, le aviso a su tutor, que fue el primer lugar en el examen de admisión del seminario. Éste le dijo “hijo, la Santa Madre Iglesia es lo primero y ella te llama. Tienes que ir a la entrevista y yo te recomendaré”.
Su decepción cuando el entrevistador con voz engalanada le habló: “aunque el padre Gumersindo te recomienda y eres buen estudiante, pero, para entrar al seminario tienes una mancha: tu madre, que se dedica a la profesión más vieja del mundo”.
En la capital del Estado, sin ayuda de doña Esme, trabajó y estudió en la universidad nocturna la carrera de abogado. Su vergüenza cuando al terminarla brillantemente nadie lo acompañó. Sus primeros pasos en su profesión
Supo del deceso de su abuela, ésta no pensaba en la muerte así que no redactó ningún testamento, el abogado de inmediato declaró el intestado que le fue favorable.
Sorpresa, el padre Gumersindo le reclamó, “los deseos de tu abuela, santa señora, era que sus bienes pasasen a la iglesia, así que debes transferirlos al arzobispado”.
Él, desde hacía mucho tiempo había perdido la fe, le contestó: “a la iglesia la respetó, pero, no le doy nada y usted se va mucho a chingar a su madre”.
El viejo sonríe al recordar la cara que puso el cabrón sacerdote al mentarle la madre.
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