Tres.
La pompe à essence.
-Une pompe à essence, s´il vous plait.
Justo a la primera vuelta a la derecha- conforme salía de mi casa- de la place Gramont, tras los fuegos rojos- como allí se llamaba a los semáforos- había una gasolinera. Al regreso del trabajo, ya de noche, compraba allí mi cena. Por ello sabía de lo que hablaba cuando aquella chica y de manera apresurada me preguntó. Estaba sola en París. De hecho era la primera vez que se había atrevido a atravesar la frontera que representaba la ciudad de París en relación con el resto de Francia. Se palpaba la emoción en sus palabras. Y se estaba quedando, en mitad de aquella vasta urbe, sin gasolina. Sólo sabía que necesitaba repostar para poder enfilar la autopista y salir de aquella locura con dirección a Reims. Me venía bien, pues a tal dirección acudía. Y le dije que si me llevaba le indicaría.
Tampoco sabía cómo salir, pero ya con el depósito lleno, afrontaba la aventura con más garantías. Compramos un plano y en un café que había al lado de la pompe à essence discurrimos la salida. Me despedí de ella en la misma puerta de mi casa deseándole suerte. Natalie se llamaba.
Fue pasando el tiempo y me olvidé de aquella peripecia; pero un buen día- domingo por la mañana- me la encontré esperándome como a porta gayola- permítaseme este símil taurino- nada más salir de la pensión, que con tanto tino llevaba Madame Flora, por otro lado.
- Tío bueno, macizo, dónde crees que vas (me recibió con tales palabras)
Y lo cierto era que no llevaba ningún plan concreto, por lo que nos perdimos por la ciudad sin destino fijo, ni rumbo, como todos los domingos, con la excepción de que esta vez llevaba del brazo a una rubia.
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