…No te preocupes Rodrigo. Sin falta estoy a las 22 horas en Concepción.
Le tuve que jurar casi de rodillas que esta vez no le fallaría, que llegaría a su ciudad para asistir a esa reunión programada. Por diversas razones, las veces que preparó una reunión para presentar mis programas, fallé.
Cuántas veces ocurrió lo mismo. Me sentí muy mal. Rodrigo no lo merecía.
…Lo espero. No me falle, Don Raúl.
Es verano, así que decidí ir en tren. Es amplio, los asientos van de frente y la gente habla fuerte. Serían tres días. Hago coincidir este fin de semana largo que viene para no faltar a los acostumbrados compromisos en la semana laboral.
Llegué a la estación repleta de gente al filo de las 10 horas. Raudo compré el pasaje, corrí por el andén y apenas me subí a un carro cualquiera la puerta se cerró. Ya estaba arriba. Miré por ambos lados buscando un asiento libre, mientras disfrutaba el aire acondicionado que estaba a todo dar.
A lo lejos divisé un par de asientos libres una a cada lado del pasillo. Caminé hacia allá mientras analizaba en cuál de los asientos me acomodaria. En ambos casos tendría al frente a una dama, de las cuales una era evidentemente más joven. Cinco años atrás no habría dudado en elegir a la menor como compañera de viaje, pero esta vez daba preferencia a la dama de mi edad, que se abanicaba rítmicamente mientras miraba ida por el pasillo. Daba el sol y cómo estaba fresco el ambiente decidí sentarme frente a ella. Pensé que el viaje con ella sería más entretenido pero lo cierto es que la dama se veía más interesante que la mujer joven.
...¿Está ocupado?... Dije, inclinándome y hablando bajo, para no asustarla. Me miró durante largos tres segundos y respondió: ...así es, está desocupado.
Las dos personas que estaban sentadas al rincón, rieron. Eso me amargó ya que supuse que eran sus acompañantes y por un instante evalué que había errado en la elección por lo que resignado me senté frente a ella, tomé mi libro y comencé a leer.
Cada tantos kilómetros levantaba la vista y recorría a las personas que estaban alrededor. La joven al otro lado del pasillo se veía llamativa, juguetona, extrovertida. A su lado estaba su madre. Si me hubiera sentado al frente de ellas, es probable que ya estuviéramos conversando. Las comparaciones son odiosas, decirlas es peor aún, pero la mujer que tenía al frente reflejaba un presente interesante, se veía atractiva y espléndida.
Al detenernos en Buin bajaron los compañeros de asiento. Tomé mi celular y llamé a Rodrigo. Le comuniqué que ya estaba de viaje y que en seis horas estaría en concepción. Al cortar la dama amablemente me dijo…que el tren no demoraría 6 horas. Olga es mi nombre...Me preguntó a qué iba y que hacía. Cuando comienzan esas preguntas tan personales y descriptivas, la conversación se torna fluida y nunca se sabe dónde y en qué terminará.
Me contó que iba Graneros, a su casa quinta que tenía con su hermana, únicas descendientes y administradora de unas cuantas hectáreas de campo puro, tal cual cómo lo muestran las postales. Trabajaba en Santiago y las vacaciones y los fines de semana largo de inmediato armaba su maleta y se iba a su campo.
…En estos viajes subo como tres kilos. Hacemos pastel de choclos, humitas, cazuela, pan amasado, empanadas, asados. En realidad mi hermana, yo solo ayudo, me fui hace veinte años a trabajar a Santiago. Administro un asilo de ancianos.
Miré sus manos y no cabía duda. No tenía huellas de pelar papas, picar cebolla o lavar ollas. Al contrario, lucían finas y bien cuidadas. Después me tocó hablar a mí. Conté que sabía lo que era campo porque cuando niño iba a Valdivia. Sabía lo que era comer queso fresco, leche recién ordeñada, chicha de manzana, dulce de leche, de mora, mosqueta. Pero salí del colegio y nunca más visité el campo. Por eso miro y escucho con mucha nostalgia…No sé qué daría por leer bajo un sauce llorón. Tengo muy buenos recuerdos.
Ella prosiguió.
…Mi casa es grande. Antigua. Con pasillos y piezas por los lados, jardines y una noria ubicada en medio de los cultivos. Me encanta caminar entre los árboles frutales. Te cuento que pasa un riachuelo y hay varios sauces. Yo sé que te encantaría. …Me mostraba fotos desde su celular.
…Sería muy encantador caminar juntos por entre los árboles. Sentir que el tiempo se detiene, sin celular, por cierto….comenté.
…Sí, además te invitaría a recorrer el campo a caballo, nos bañaríamos en el riachuelo, te encantaría….insistió.
Nos mirábamos a los ojos. Sus ojos claros de a poco me estaban matando.
El tren se estaba deteniendo en San Francisco de Mostazal. Ella preparó sus maletas y comentó que seguramente no la estaban esperando.
…No avisé la hora en que llegaría. Tendré que caminar. Pero no es mucho.
…¿Y nadie te ayudará con las maletas?
…No, ahora si tú quieres me acompañas. Te invito.
…Aló, Rodrigo, yo de nuevo, mira, surgió un problema, debemos posponer la reunión hasta nuevo aviso, yo te llamo...Adiós.
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