Mañana a las siete de la mañana será intervenida de una desviación nasal un femenino de 19 años de edad. Como residente de pregrado, mi obligación es hacerle su historia clínica.
-Por favor, apague la luz. -Me dijo.
Prendí la que se encontraba en el buró. Le referí el por qué de mi visita.
Joven, de voz nasal. cooperadora. La bata azul contrastaba con su piel blanca, que facilitó con agrado el procedimiento.
-¿Si tengo alguna molestia lo puedo llamar?
-Por supuesto, solo timbre a la enfermera.
-Porque no viene usted y me acompaña, me siento nerviosa.
-No se preocupe estaremos cerca. Casi no hay pacientes, hace frío y llueve.
-Al finalizar vengo a darme una vuelta.
-No me engañe, estas noches asustan.
El clima estaba de perros. Los truenos hacían vibrar las ventanas. El hospital vacío. La enfermera de guardia absorta. Una hora después volví.
-¿Ya ve, no han salido fantasmas?
-No los alborote, que tal si vienen y yo solita.
Se sube al siguiente piso, me toca, -dije bromeando-, dejaré la puerta abierta si se aterroriza. Tranquila y apreté su mano dándole valor. Ella no me soltaba.
-¿Y estará solito?
Moví la cabeza y sonreí.
Me despedí de la enfermera, indicándole que si algo sucedía me hablara.
Me di una ducha. Llevaba veinticuatro horas de guardia, unas horas de sueño me daría el impulso para llegar a las treinta seis.
Sentí un pie frío entre mis piernas y luego aquella voz de nariz apretada. Su brazo rodeándome la cintura y su voz, "me dan mucho miedo los truenos" Tenía frío, lo percibí por su pezon erecto que me rozaba. Sobresaltado respiré profundo. ¡Nunca imaginé tener una mujer en el dormitorio del médico, menos una interna en mi cama! Mentalmente eché una moneda al aire. Resolví que daba lo mismo, me expulsarían del nosocomio si la veían ahora o más tarde. Frente a ella mis labios recorrieron su cuello. Sentí su mano acariciar el pelo de mi nuca. Pasaban de la una de la mañana, no me dio descanso, se valió de sus atributos para mantener mi atención. A ella tuve que ponerle la almohada en la boca para sofocar sus gemidos. Eran las cinco de la mañana, me vestí, le dije que me siguiera y mientras distraía a la enfermera, ella llegó a su cuarto. No tardarían en darle su medicación preanestésica.
A las seis de la mañana cuando llegó mi compañero de cuarto, me dijo, “puta madre, pues que hiciste en la noche cabrón putañero ” |