Dos.
Hay que decir, sin embargo, que el tal motejado como “pagafantas”, fue progresando, inopinada e inesperadamente, pero progresando en tal aventura. Y de tal forma que, al poco, departía con sus amistades- las de Sophie- como si fuera un francés de toda la vida. Aquel degustador de espaguetis se estaba integrando con los mismos pasos agigantados como yo me veía en proceso de exclusión. Y digo esto, pues hasta tal punto era ello cierto que de no haber tenido aquel trabajo hubiera rozado la indigencia también en su aspecto material. Y no es que el inquilino de Madame Flora me hubiese dado de lado, ya que se mostraba solícito y me requería para acompañarlo; pero yo ya había elegido otro camino y con el propósito de llevarlo a su fin. Era difícil aquel largo plazo que uno vislumbraba, pero algo me decía que era la única manera de que aquel billete que uno había comprado no fuera de ida y vuelta, como era lo corriente, por demás. Y no se trataba de querer radicarme allí, sino, más bien, de no tener que volver. Y no tenía otros medios que los de conseguir una compañera allí y cortar el cordón umbilical de una manera definitiva. Lo primero se lograba con insistencia y lo segundo con aguantar con solvencia la soledad y no dejarse llevar por romanticismos vacacionales y de ningún otro tipo. A lo sumo habría admitido un cambio de destino, pero cuanto más lejos de mi tierra mejor. Y no es que uno no fuera profeta, pero preveía que a la vuelta sería absorbido lenta pero imparablemente por el estado de cosas patrio, que hubiera arrumbado definitivamente mi proyecto de aventura vital.
Aquella carrera era de fondo y el elegir Marco, Sophie, Margot y sus amigos, era una de medio fondo; un “mil quinientos” a lo sumo, o por ahí. Por ello, paradójicamente, había que buscar raíces patrias por allí.
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