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Inicio / Cuenteros Locales / Humus-Juan / La tristeza de Bogotá.

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En tiempos de normalidad Juan debería formarse a las 4.50 en la montonera para subir al alimentador que le lleva al portal, para subir al G12 entre las 5.30 y las 6am, para así llegar con algunos minutos de antelación a la clase de 7 en el campus, ya quiere siempre es agradable sentarse y prepararse para la clase, ya sea compartiendo algún vicio o una simple charla con alguna persona por ahí, o solo sintiendo el frío de la mañana con el paisaje que ofrece la universidad. Pero esa normalidad ya pasó, hoy Juan asiste a clases a distancia a través de una video llamada, los días en que madrugaba de manera disciplinada para asistir a ese club conocido como la nacional han pasado, el campus lleva más de un año cerrado para estudiantes comunes como él y de todos modos ha sido vaciado.

Hace más de un año que Juan no pulula por la llamada ciudad universitaria mientras conversa con frecuentes y desconocidos entre plones, chazas, paranoias, anhelos y una variedad formidable de realidades. Hace más de un año que Juan no comparte de manera frecuente con sus compañeros de programa, ahora solo les puede conocer a través de los momentos en que habilitan el micrófono o la cámara, sino solo se sabe de ellos por su imagen de perfil. Hace más de un año que Juan no tiene que lidiar con la zozobra que causan los ladrones y las calles de la ciudad, hace más de un año que no se ve obligado a amontonarse y embutirse en el transporte público en mañanas y noches de trancón, ya que para su fortuna él aún es exclusivamente un estudiante.

La realidad cotidiana de Juan se ha reducido a su hogar, a los lugares que frecuenta ahora, su barrio y localidad han tomado multitud de colores, sonidos, olores y ambientes, se ha reducido a los espacios y personas a los que decide darles tiempo, parte de lo que daba por sentado ha sido removido, ya no recorre a diario los mismos kilómetros de urbanidad viajando en vehículos ruidosos y olorosos, de esos que hacen pesado el aire y que con mucha constancia lo tornan venenoso. A pesar de no ver tanta ciudad a diario Juan siente que el ambiente citadino en general se torna más pesado y denso con el pasar de los días.

Pero a pesar de esto él se siente más íntimo con esa ciudad y es por esto que se le hace imposible sacar de su cabeza ciertas tristezas que él y su hábitat comparten, no porque sea una persona triste u obsesiva, sino porque para alguien como Juan es frecuente el que le sea restregada la humillación y el irrespeto en la cara. Se asemeja esto a quien le hace un mantenimiento celoso y compulsivo a la cadena de su bicicleta, la mantiene engrasada, no demasiado pero nunca sin permitir que el nivel óptimo baje, para asegurarse que la cadena siempre hará andar con los pedalazos, al final, esta tristeza es en esta ciudad funcional, como la grasa a la cadena.

Pero la tristeza es parte de la vida, concebir una vida sin esta se torna desesperante más que absurdo. Antes se podría decir que en esta ciudad, a pesar de los pesares, lo que predominaba era eso, lo que en ella se veía y lo que aquí sucedía terminaba contagiando tristeza y hasta nostalgia. No es que se nublaran los sentidos y así se evadiera la discordia, la tensión, el odio, la violencia, o la misma belleza, la alegría, el regocijo que acá se puede dar y de hecho gracias a muchos de sus habitantes, con colores y matices, abunda. Es que al recorrer, al escuchar, al entender al recordar, mejor dicho; al pensar esta ciudad en gente como Juan terminaba predominando un sentimiento triste, debo aclarar de nuevo que junto a esta tristeza venían muchas más sensaciones, ni siquiera alguien como Juan podría sentirse solo e irremediablemente triste ante la panorámica que ofrece la tierra embarazada de cemento.

Las cosas terminaron de cambiar para Juan cuando desde su rincón de ciudad presenció algunas noches en que seres antropomorfos se presentaron en pelotones ante multitudinarias voces, que en el sentir de Juan estaban dispuestas a salir de la tristeza aunque fuese por un impulso efímero nada más, con la clara pretensión de callar los gritos dolidos y furiosos que atentan contra el orden y el mandato de la tristeza. Juan no ignoraba que como la tristeza el terror y el caos tienen lugares privilegiados en el engranaje de esta ciudad, pero aquella noche al saber de las voces aplastadas, de la sangre derramada, de la gente torturada y herida terminó de entender pero sobretodo de sentir, a su entendimiento sobre esta ciudad se había añadido el papel del miedo.

La presencia de estos pelotones supera a la ciudad de Juan, son agentes del orden y hacedores del mandato,a punta de plomo y bota, para Juan estos pelotones ni siquiera entienden de tristeza, ya que lo único que comparten con quienes son capaces de sentir algo como regocijo o tristeza es la forma, pero ni siquiera esta semejanza les permiten actos como el hablar, no tienen voz. Tras el griterío de aquellas noches en las que incluso el afortunado Juan terminó golpeado la ciudad se estaba llenando de estos seres, se dedicaban a hacer presencia constantemente, desfilando sus herramientas, pisando fuerte con sus botas, siempre en grupo. Venían de todas partes a custodiar la ciudad que desde hace unos años algunos han querido volver un templo que haga oda al silencio lúgubre del orden en que morimos de hambre y sed, en el que morimos cada día al transitar por sus circuitos tóxicos, en el que se desdibuja la memoria y la identidad, en el que se exacerba la desesperación de manera cotidiana, un orden que no puede vivir sin devorar de manera acrecentada el impulso vital de todo lo que esté en su zona de influencia, para Juan el orden de la tristeza ni siquiera había sido amenazado en mucho tiempo y tampoco esas noches, pero solo con el rechistar de aquellas voces había bastado para que aquellos pelotones iniciaran un plan para distribuir el terror.

No era algo nuevo para esos seres, es más bien parte de su tarea primordial, pero a partir de ahí era incisivo su actuar. En episodios desalmados que siguieron a aquellas noches cobraron muchas más vidas, callaron más voces, se dieron muchos secuestros, extorsiones, abusos, violaciones y hasta demostraciones grotescas de poder e impunidad, todo imponiendo su aura irrespetuosa y arrogante, como cuando en un diálogo a una parte se le trata de imbécil sin remedio anulando así la posibilidad de escuchar. Los sobrevuelos se hicieron constantes, la vigilancia aumentó, los barrios ya no eran más tranquilos, ni en sus rincones apartados y cuidados, pero claro, esto era solo una parte de la terapia que le estaban aplicando a la ciudad.

Olvidaron muchos habitantes, por la naturaleza atroz de aquellos días, la tristeza típica de la ciudad para ahogarse en impotencia, rabia y frustración, y muchos como en el caso de Juan además en soledad. Juan vive en un rincón que da con los límites de la ciudad, alejado de sus viejos conocidos por bastantes kilómetros, durante ese tiempo de más de un año eran pocas las veces que pudo reunirse con sus viejos conocidos, estaba forzado a entender de otra manera el lugar donde vivía si no quería más probadas de soledad y sobretodo de impotencia. La tristeza de la ciudad volvió cuando a fuerza de tiempo y de distracciones del día a día se silenció el tono de reproche que dejaron esas noches y esas voces, nunca morirá del todo, pero se tornó presindible, copioso y hasta despreciable otra vez.

Continuará…

HumusD.

Texto agregado el 22-03-2021, y leído por 64 visitantes. (0 votos)


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