Entonces sí estaba hecho yo un auténtico "dancer". Le había pedido a mi madre que me hiciera una chaqueta como la que llevaba Travolta en "fiebre del sábado noche" y de tal guisa vestido me presentaba a dar cabriolas por allí; en aquel mundo mágico. Que uno se sustraía de las dificultades de la vida entre la niebla densa, la música disco y las luces de colores. Después salías nuevo, tras los arpegios de los Bee Gees y su "falsete" inconfundible, y no te importaba mucho que al día siguiente fuera lunes lectivo. Por un momento te habías sustraído de la vida y sus sinsabores, y todo por doscientos pesos que valía la entrada. Que hasta ponían música lenta: momento cumbre, en el que si tenías suerte, te dejaba alguna que le echaras el resuello al oído. De gusto de ginebra barata y cigarrillo de tabaco negro.
Pero "fun"; de repente, cuando mejor estabas, la canción de despedida. Allí nos ponían "my way", en versión de Nina Simone. Te enterabas luego de cómo había quedado el "river" y a la cama, un tanto perjudicado por todo aquel cirio, pero a veces feliz. Te mirabas en la luna del armario y no te reconocías con aquellas solapas y pantalones acampanados. Si se te había dado bien la tarde aún encontrabas escusa; pero si no, te considerabas talmente un cretino. A veces había suerte y habías logrado intimar tras "las manos en mi cintura"- que cantara Adamo. Todavía me acuerdo:" mis manos en tu cintura, abrázame con dulzor". En fin, un romántico. Que estaba uno hecho un romántico.
La vida era una canción: un mundo en el que todos vivíamos sin grandes lujos, pero- como decía la letra- a nuestra manera. Tipos auténticos.