Acababan de terminar de completar un rompecabezas de mil piezas y se daban cuenta de que faltaba una. Se trataba de un eslabón que podría haber caído accidentalmente o que daba cuenta de un lamentable defecto de fabrica.
Lo negativo es que se trataba de la pieza que ocupaba al centro del puzzle, por lo que su carencia era mucho más evidente que si hubiera desaparecido alguna ubicada en las esquinas o de las franjas laterales donde la vista se hubiera extraviado y no se advirtiera de una manera tan clara la carencia.
Pero,, que justo no estuviera la del centro, era un suceso que llamaba demasiado la atención.
Además, esa particularidad ayudaba a acentuar mucho más el hecho que en un espectro de 1000 piezas, era solo una la que se había perdido.
Las fórmulas para remediar la situación no se hicieron esperar y pasaban por modelar una pieza con plásticina y colorearla de manera similar a las del entorno o eliminar una de una esquina y modelarla de tal manera que fuera idéntica a la que echaban de menos.
A pesar de que tenían tiempo y talento para emprender una labor de restauración de este tipo, pensaron que a pesar de todo, serían demasiado conscientes de que estaban frente a un rompecabezas incompleto, lo cual sería una cualidad difícil de eludir. La falla siempre llamaría la atención.
Por ello, optaron por adquirir otro rompecabezas, pensando que del nuevo retirarían la pieza que hoy faltaba y la agregarían terminando con el trabajo hasta ahora incompleto.
De esta manera, al día siguiente compraron el modelo para armar y en poco tiempo pudieron concluir el trabajo. Pero grande sería su sorpresa al verificar que en el nuevo igualmente faltaba la misma pieza. La del medio.
Lo más probable, pensaron, es que se trataba de una falla de fábrica, aún cuando podría darse la posibilidad estadística, que tal como en el caso anterior, a alguien del proceso de llenado de las cajas se les hubiera perdido la misma pieza. O podría haber ocurrido que un operario hubiera retirado adrede las piezas del centro justamente para sacar de quicio a un par de habilidosos armadores.
Impedidos por el deseo de salir de dudas, adquirieron un tercer rompecabezas y este para su suerte contaba con la pieza del centro, tal y como esperaban. Esto no echaba por tierra la teoría del complot.
Tras terminar de armarlo, sacaron el elemento del centro y lo pusieron en el primer rompecabezas. Nadie podía explicar porque decidieron dejar sin el centro al tercer rompecabezas para favorecer al primero.
Lo cierto es que ahora tenían un rompecabezas completo y dos a medio terminar.
El paso lógico fue comprar dos rompecabezas, armarlos, retirar las piezas que faltaban al segundo y tercero para completar estos.
Pero se encontrarían con que el cuarto y quinto tendrían cada uno una pieza menos. Y siguiendo esta fórmula, tendrían en poco tiempo siete rompecabezas de un modelo similar, pero solamente cinco completamente terminados.
Lo peor de todo es que llegados a este punto decidieron acometer el proyecto de comenzar a ensamblar el mismo rompecabezas hasta que se terminarán los stocks o hasta que la bodega no admitiera más de ellos. Llegaron a la conclusión que dedicando una hora del día para armar un rompecabezas. en ocho años tendrían la bodega completamente llena. Pero lo peor es que advirtieron y presintieron que cuando estuvieran todos juntos, uno sobre el otro, cuidadosamente dispuestos en toda el área, su valor sería irrelevante y ni siquiera todo el esfuerzo habría válido la pena.
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