Han quedado flotando en las calles las esencias de otros días. Ahí, agazapados bajo la cornisa de una vieja casa colonial, duermen el sueño del tiempo los gritos de otras bocas ahora transformadas en silencios universales. En ventanas milenarias asoman los ojos inmateriales de siluetas de otras vidas, arrancadas de esta tierra; tienen en esos ojos los paisajes con flores de colores transparentes. En una esquina, sobre la piedra del camino, la sombra continúa reproduciendo los días y las noches de ciudades olvidadas en la rueda del movimiento. Asoman las soledades en los olvidados balcones, sus manos está agarradas del tiempo; tienen sed de las estrellas, esperan la noche, la quietud de las calles, para dialogar con el silencio. Las paredes de las casas, de los edificios, son espejos sin fondo en los que los caminantes olvidan los otros pasos, las otras respiraciones, los otros sábados en los que regresa el viejo vendedor de helados para la sed de los antiguos, de los nuevos niños; bajo el antiguo, el nuevo sol. Esta historia se reveló sobre la respiración, mientras el autobús repetía un camino en el antiguo valle.