- ¿Qué?
- Nada.
- No me mires así.
- Así, ¿cómo?.
- Así, como lo estás haciendo.
- ¿No te gusta?
- No. O sí. No lo sé.
- ¿No sabes si te gusta que te mire?.
- Tan fijamente, no. No me gusta, no lo soporto.
- ¿Te pongo nervioso?.
- Sí, mucho.
- ¿Y eso es bueno o malo?.
- Eso es malo. ¡Muy malo!. No me gusta sentirme nervioso, ni que me mires tan fijamente.
- Lo sé.
- Entonces, ¿porqué lo haces?. ¿Porqué me miras tan fijamente?.
- Intimidación, ¿funciona?
- Joder si funciona. ¿Sólo es eso?, ¿intimidación?
- Sólo eso.
- No hace falta que me intimides. ¿Quieres que me sienta sumiso y manso como un corderito?. Si es lo que quieres, lo haré. Pero pídemelo y no me intimides más.
Pienso... pienso que una mirada tan profunda como la tuya no se debe usar solo para la intimidación. Puedes hacer muchas más cosas con ella.
- ...
- ¿Qué?
- Nada.
- No me mires así. Ya no me intimidas como al principio.
- Pero te pone nervioso, ¿no?
- Sí, ¿no ves como sudo?. ¿Es eso lo que pretendes?.
- Non.
- ¿Intentas volverme loco o algo así?. Te juro que ya no sé lo que quieres. ¿Tratas de desconcertarme?.
- No.
- Pues dime a qué juegas, ¡y non me mires así, hostia!
- ¿Ya no te gusta que te mire?
- No me gusta sentirme observado.
- Si no te observo no puedo mirarte.
- ¿Para qué quieres hacerlo?
- Me gusta.
- Pues si tanto te gusto acuéstate conmigo y deja ya el juego.
- No es un juego. Me gusta mirarte, nada más.
- ¿Sólo eso?. Entonces me voy. No soy ninguna escultura para que me observes de esa forma. Tengo trabajo.