Las campanas repicaron y en medio del silencio, el canto de los pájaros y la dulce brisa de la mañana, emprendió Leonela su peregrinación rumbo a la parroquia. Desde la puerta principal acomodó su mantilla sobre los hombros, tomó el rosario, miró con atención en todas las direcciones buscando un lugar entre las bancas para sentarse hasta hallar un sitio, del lado izquierdo estaban los hombres y del derecho las mujeres. Todas las miradas se dirigían al altar donde el sacerdote con reverencia y respeto celebraba la eucaristía.
Al finalizar la misa, en el atrio de la iglesia la mayoría se quedaron para conversar, era un lugar de encuentro, de fraternidad, donde todos compartían sus cosas, en el cual hablaban de sus cultivos, de sus familias, de sus estudios. Estaba entre la aglomeración, un hombre de alta estatura, con un ancho sombrero blanco que ocultaba su cara, buscaba entre la muchedumbre a Leonela.
Leonela era una mujer buena que le gustaba confesarse y lo hacía con frecuencia. Su esposo Parmenio, se preguntaba siempre: “¿Qué tendrá que confesar? De buena gana le oiría las confesiones”. Finalmente, un buen día, no pudo resistir la tentación.
La buscó entre la gente ocultando el rostro con su sombrero, la halló arrodillada rezando delante del altar. Parmenio pretendía estar cerca al confesionario para tratar de oírle la confesión, se percató que dicho lugar estaba vacío y se metió allí.
El sitio era un armatoste de madera clara y brillante completamente cerrado, tanto para el sacerdote como para el penitente. La parte dedicada al confesor era un espacio estrecho con la única comodidad de una silla. La parte del penitente era aún más sencilla, con reclinatorio y una ventanita con una rejilla de madera que conectaba al cura y permitía la intimidad de lo que se iba a decir.
Parmenio empezó a impacientarse, y como al mal paso darle prisa decidió sacar su brazo entre la cortina y la llamó con la mano. Ella que no fue tonta lo conoció, y se confesó de esta manera:
- Ave María purísima -dijo el supuesto cura.
- Sin pecado concebida.
-Acúsame Padre, que he tenido amores, primero con un joven, luego con un viejo y después con un carpintero.
-Eso no te lo puedo absolver. Nada, no te puedo absolver ese pecado.
-Entonces no tendré más remedio que irme a otra iglesia de otro pueblo. Y la mujer se marchó.
Leonela estaba haciendo un café en la cocina, fue y le llevó una taza a su esposo que se encontraba trabajando en el negocio. Parmenio tomó un sorbo, hizo una medición con la cinta métrica y empezó a tararear una canción mientras serruchaba. Se encontraba haciendo una casita para pájaros que le había encargado Josefina, la pajarera, y en medio de la melodía suspirando dijo: “Acúsame padre que he tenido amores, primero con un joven, luego con un viejo y después con un carpintero”.
Entonces Leonela respondió: “Yo lo que dije fue verdad, porque te quise en tu mocedad, primero siendo joven, luego siendo veterano y después siendo carpintero. |