EL INTESTADO
El pecado, el mal, mezclado con la suerte lleva al éxito
Ismael, abogado
“No hay mal que por bien no venga”, el aforismo anterior y este antiguo refrán (lugar común), explican en parte la narración que voy a relatar, como expiación y desechar los múltiples fantasmas que pueblan mi mente en mi existencia actual.
Desde pequeño fui huérfano creado por mi querida madrina (qepd); después de la adolescencia entré a trabajar, en el escalón más bajo (mensajero) con un salario ridículo, en un gran corporativo que abarcaba varias empresas exitosas. La gerente general era la hija del dueño, ella, una empresaria asertiva egresada del Tecnológico de Monterrey. Gracias a mi apostura, la verdad, fui seducido por la gerente.
¡Vaya susto que me llevé! Cuando fui requerido en una oficina enorme y lujosa del dueño de corporativo. El viejo me recetó un monólogo que en esencia fue:
—Sé que eres el amante en turno de mi hija, que lo que tiene de lista en los negocios, al revés, es su vida alocada. Te investigue, eres un pobre pelagatos, pero, decente. Hablé con ella y le dije: “o cambias de vida y te casas, aunque sea con ese nuevo juguete que tienes, te dedicas a los negocios y dejas tu irreflexiva existencia convirtiéndote en una esposa decente, o te desheredo”. Aceptó y a ti, José, te propongo de marido, saldrás de pobre.
El hambre es canija, y más el que la aguante. Estuve de acuerdo. Así de repente me coinvertí en mantenido con el flamante título de vice-presidente, realmente de “gato” de mi mujer que me traía al trote en el trabajo. Para mi desgracia, mi suegro falleció. Todavía no acababan las exequias cuando mi media naranja me dijo:
—Mira José, lo que tienes de guapo lo tienes de aburrido. Ya soy libre de la tutela de mi padre y podré vivir como me gusta. Por lo pronto estás despedido y mis abogados arreglan nuestro divorcio.
Acudí con mi amigo de la infancia, Ismael, abogado cuyo lema es: “el que no transa no avanza”, para que cuando menos el divorcio fuera rentable.
En la casa de pensión donde radicaba, recibí una llamada de mi abogado: “necesito tu firma, ven de inmediato a mi despacho”. Yo pensé en el divorcio y fui sorprendido con lo que me dijo:
—Acabas de enviudar, firma este documento para declarar el intestado de tu difunta mujer.
Los medios se encargaron de relatar el escándalo, mi esposa retozando con un amante en la cama de un motel, ella y el caballero fueron abatidos a balazos por otro amante despechado
Poco tiempo pasó, el intestado fue a mi favor, y fuera de los enormes gastos: se repartió dinero aquí y allá, los cuantiosos honorarios de Ismael, los impuestos sobre la herencia (son unos buitres en Hacienda), quedé dueño de una enorme fortuna. Ahora ya no soy simplemente José, sino don José. Nada mal para alguien que sólo cursó la secundaria. ¿No creen?
|