Ha fallecido el actor. Enredada entre sus libretos se agazapaba aquella entidad y pudiera uno imaginarse que hasta se entretuvo bastante con los encendidos diálogos de la obra. El experimentado hombre de las tablas repetía una y otra vez sus textos, calibrando la voz, quitando énfasis o adosándolo en algunas frases que requerían determinación. Y ella, con una pierna meciéndose sobre la otra, lo escuchaba complacida. Como aquella vez en que después de los aplausos que premiaban su magnífica actuación, el actor se desplomó y el cortinaje acudió propicio para invisibilizar el drama. Ella permaneció distante en aquella ocasión, calibrando sus posibilidades. Si hubiese sido un infarto al miocardio no habría dudado, pero esto era distinto, acaso un síncope cocinado por el enorme desafío que involucraba la obra teatral. Y a ella, esto le gusta, se relame, vibra con esos seres que se arropan con otros personajes y se sumergen en vidas supuestas, en tramas mucho más entretenidas que la existencia misma. Y es por eso que enfundada en sus ropajes milenarios se fascina con el eco y el retintín de aquella voz de timbres privilegiados.
El hombre proseguía repasando sus letras, las hacía suyas en esa lumbre supuesta, en aquella casona unidimensional y su voz adquiría acentos que sobrecogían el alma.
Después, la fatiga impuso sus términos y el actor se desplomó en un sillón, aún con los ecos de su voz repitiéndose y apagándose a medida que los generosos brazos de un sueño lo mecían en una ineluctable inconsciencia.
Lo encontraron al día siguiente con una sonrisa en los labios. Curioso actor pareciera ser aquel que no sabe representar su propia muerte y simula dormir, aún con sus letras girando en tropel, vanas y ya sin sentido.
Mañana recibirá nutridos homenajes, encendidos discursos y lágrimas y flores. Le sonreirá a la que lleva del brazo, ya sin horas ni desvelos ni lisonjas ni palabras ajenas que se quedaron atrapadas en un libreto para que otros las pronuncien en los escenarios eternos del teatro.
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