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Llegaron los de Macallan solicitando información para abrirse al mercado español. Era la hora del bocadillo y les indiqué que esperaran, pues el Delegado aprovechaba para un café en el bar de la esquina. Podía estar pelándose la gente de frío que no retiraban las terrazas. Y era que la ciudad del amor se surtía del anonimato- que ya se señaló- y del placer de ver y ser visto, que lo posibilitaban. A cuyo fin, las cafeterías tenían parte del mobiliario instalado en la calle, aunque cayeran chuzos de punta.
Llevaban- los de Macallan- algo de prisa. Entregaron una muestra de su prestigioso y preciado licor y me dijeron que volverían otro día. Ni que decir tiene que de las cuatro botellas que contenía la caja, me agencié una. Y digo agencié por no emplear el nombre real- bastante feo- que tienen tales géneros de aprovisionamientos. Lo que fuera: me lo bebí en la habitación de la pensión, que regentaba con tan buen tino Madame Flora, y que constituía mi entonces morada. Y se trataba, ciertamente, de un elixir espirituoso de primera calidad. Desde entonces no bebo otra cosa- cuando de invitaciones se trata, obviamente. Que de continuo y de acuerdo con mis emolumentos suelo trasegar otras cosas.
Madame Flora era una señora de unos cincuenta años que estaba bastante buena. Una ragazza in gamba, que decía un italiano- Marco Boni- que moraba en una habitación contigua a la mía. Y es que era cierto, pues madame Flora parecía haber hecho un pacto con el diablo, de tan rozagante y juvenil que se le veía. Pero ahí terminaban mis apreciaciones respecto a ella.
Marco y yo habíamos hecho cierta colla- por edad y circunstancias-, pero había dos cosas en particular que nos ligaban: el amor al whisky y a Sophie Roche- una vecina de escalera. Quizá por ello lo invité aquel día. Eso era emborracharse con categoría. A media botella tocamos, pues él también compartía cuando le llegaban los paquetes de casa. Por lo demás, Sophie Roche, para ambos, no sobrepasaba, por entonces, los límites del platonismo. Una de nuestras ocupaciones consistía en imaginar su vida. Al principio, y sobre lo que cimentábamos todo aquello, sólo sabíamos que volvía de la Sorbonne a medio día.

Texto agregado el 08-03-2021, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


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