Era una potra difícil de montar, por más esfuerzo que hicieran los jinetes siempre terminaban en el suelo maltrechos. No sé por qué diablos no entendían que ella no quería que la montaran, pues le gustaba trotar libre por donde ella quería. Era de una belleza infinita, por donde se la mirase había arte; era bella desde la cabeza hasta la cola. Ella no vino a este mundo a reproducirse como otras yeguas; ella no quería hacer lo que hacían casi todas las hembras; ella era única. Cada día se ponía más bella y eso si era un verdadero problema para aquellos que no están acostumbrados a ver belleza sin necesidad de tocar con manos sucias.
Un mal día, un estúpido quiso montarla a la brava, primero la redujo a su mínima expresión: le amarró las piernas y las manos y luego se le subió encima. Antes que lograra su propósito, la potra le mordió el cuello con tanta furia que un chorro de sangre, en contados instantes tiñó el piso. La sangre salió por la rendija de la puerta y se fue por el drenaje de la cañería. Un transeúnte dio aviso a la policía, que no tardó en llegar y la sorpresa que se llevó fue tremenda, pues encontraron a un cura pedófilo encima de Andrea. Al comienzo ella tuvo problemas con la justicia, tuvo que pagar un año de cárcel, pero un abogado muy bueno logró que la dejaran en libertad sin cobrarle ni un peso. Ahora vive con él, quien la deja trotar por donde ella quiere. Él nunca intenta montarla, ella es quien se sube encima de él y galopa, galopa y galopa.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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