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Esa tarde incierta la volví a ver.
Estaba sentada en una hamaca, junto al viejo tobogán del parque. El holgado vestido blanco envolvía su imagen con un aura muy inesperada para mí. Ella parecía mirar un horizonte imaginario, un panorama distante que no existía en ninguna parte.
Tampoco había niños ni guardianes cerca.
Entonces tuve un leve temblor al contemplarla. Andrea se movía levemente en el columpio y daba la impresión que el viento ni siquiera la rozaba.
El cielo luego se tornó violáceo y el color oscuro de la noche fue apareciendo poco a poco. Por un instante sentí el dolor de la añoranza y del tiempo sin verla y entonces vacilé. Algo parecido al desconcierto se agitó dentro de mí alma y donde antes había existido resplandor ahora solo quedaba un poco de evocación y nostalgia.
En aquel año de su muerte ella había derrotado sin querer mi agnosticismo y el nihilismo vital que siempre tuve. Cuando me dijeron que sucumbió a una afección en la médula tuve, en un principio, cierta incredulidad. Y ahora, al verla nuevamente allí, intenté comprender lo que había pasado.
Andrea era tan bella como yo siempre imaginé a la belleza. Su pelo y sus rasgos eran soñados para mí. Y sin embargo nunca pude llevar adelante mi relación con ella. Nos veíamos algunos meses y luego la relación fracasaba. Y lo más singular del caso es que ninguno de los dos hacía nada por recuperarla. Ni ella ni yo. No había pedidos de perdón, ni sentimientos desgarrados, ni pasión romántica. Simplemente nos volvíamos a encontrar en alguna circunstancia cercana y la relación recomenzaba.
Así cinco o seis años.
Un buen día ya no nos volvimos a hallar y en ese lapso ella enfermó y murió.
Fue algo que me costó mucho aceptar. Andrea –pensaba- debía de haber muerto en mis brazos y el culpable de que no hubiera sucedido eso era yo.
Ahora la encuentro en este anochecer violeta en el parque. El vestido blanco y holgado y el columpio y el viento completan el escenario. Está muerta, lo sé, pero también está allí y tengo que aceptarlo.
Una fuerte ansiedad invade mi alma. El crepúsculo de la ciudad encierra además la espesura del parque. Andrea me sonríe con dulzura. Y enseguida pienso que ya no es la misma de antes, la que yo conocí. Tiene algún tipo de cansancio en la mirada y al verla me pregunto ¿Será que está cansada? ¿Será que le pasan cosas a los muertos?
Casi no hay gente ahora en el parque y en un extenso tramo solo estamos ella y yo.
Entonces siento un poco de humedad en la mirada y eso me hace dar cuenta que me tengo que ir. Necesito hacerlo, sé que es imprescindible para mí.
Las luces de la avenida toman una cierta intensidad. El tránsito se incrementa como sucede habitualmente y la noche termina por reinar en el paisaje.
Giro sobre mis pasos y sin dar vuelta la mirada, poco a poco, me empiezo a ir.
*2021 |
Texto agregado el 28-02-2021, y leído por 166
visitantes. (6 votos)
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Lectores Opinan |
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28-04-2021 |
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Muy bello y lleno de misterio tu cuento. Saludos! Clorinda |
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01-03-2021 |
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Un texto lleno de nostalgia. Me llevo en la memoria esta pregunta: "¿Será que le pasan cosas a los muertos?" Abrazo. MCavalieri |
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28-02-2021 |
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Que lindo retrato de ese .amor que reaparece en un parque y te da la posibilidad de verla después de muerta.
La narras hermosa como era y le das un toque de misticismo tan bello...
Quizás no pudiste vivir ese amor;pero el recuerdo llena tu alma.
Debo decirte que me encantó ,la historia y los paisajes que la rodean*****
Un abrazo
Victoria 6236013 |
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