El orejas
Amigos, la historia que sigue es de la vida real.
Yo soy de la guardia pasada, cargo muchos inviernos. Me gustan los perros y hago ejercicio paseándoles.
Tengo un perro enorme, Akita innu americano, al ir a paso rápido con él, dada su corpulencia y fuerza, me di cuenta que me faltaba el aire y me dio un soponcio (angina de pecho). Ya me andaba.
El cardiólogo me aconsejó que mejor paseara a un perro pequeño. Así que me conseguí un perrito de la calle cruzado con corriente, orejón: “el orejas”, cariñoso, simpático y lo que tiene de pequeño, lo tiene de cachondo. A todas las perras se les acerca, pero, no las alcanza.
Una mañana preciosa de primavera, después de un invierno frío y cruel, íbamos el orejas y yo paseando. Pasamos frente a la casa de una vecina y una perrita de lujo, pomerania blanca peinada de salón con lacitos, al ver a mi perro, se escapó de la casa. De inmediato el chucho la montó, claro, la perrita cooperó quedándose quietecita. Casi al terminar el “fair play”, salió la dueña. Una mujer de edad indefinida, furiosa hecha un basilisco, se dirigió a mí:
—Cabrón, lo voy a meter a la cárcel.
—Pero seño —fue mi respuesta lógica— yo no fui, fue el orejas. Mejor llévese a su perrita porque él asegunda.
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