Primero aprendí
a teclear zxc,
después vbnm.
Más tarde asdfg y
seguidamente
hjklñ.
Del qwerty ya ni
me acuerdo.
Realizaba un esfuerzo
titànico para pulsar
la tecla correcta.
Cerca de un año, seguía
cometiendo muchas faltas
tipográficas.
Pensé que no lograría
nunca escribir.
Un compañero me enseñó
el truco de las teclas duras.
Desde entonces mejoré
en mis ejercicios.
Mi terapeuta contenta
comenzó mandar copiar
pequeños textos.
Llegó la pequeña
Olivetti Lettera 36,
ocupó un sitio en clase.
Libreta, bolígrafo,
lápiz y goma fueron
reservado para las
matemáticas.
Con los años comprendí
la reacción de la terapeuta.
Podía: gritar, llorar,
protestar, discutir,
patear, aconsejar….
Había derribado
el infranqueable muro
de la incomunicación,
privilegio entonces
de unos pocos,
sobre todo si tienes
discapacidad física
que, además, te impide
comunicar con tu voz.
Derecho fundamental
y condición universal
de todas las personas
para ser un poco
más libres.
Nota: A finales de los 80, en el colegio de Centre Pilot de Barcelona, escribir a máquina industrial era lo máximo que se podía conseguir. "El truco de las teclas duras" era una palanquilla que estaba debajo del teclado y servía para hacer copias de papel de carbón. Dependiendo del número de copias, tenía tres posiciones para pulsar más fuerte la tecla.
Por un error involuntario, borré este poema. Lo subo de nuevo. |