Y no sé qué inventar ya más en estas historias verdaderas, medio apócrifas y medio reales. El caso fue que unos hilos misteriosos sujetaban aquel tinglado. Por no entenderse qué suerte de milagro posibilitó que aquel espacio de convivencia se mantuviera durante cinco años.
Y digo espacio, porque lo cierto era que el piso no era demasiado amplio y contra pronóstico lo fue bastante para los fines propuestos. Lo cierto era que componíamos una panoplia diversificada pero, como se reveló, coherente. El carácter apócrifo es por rellenar lo que ha sido objeto de olvido.
Ya lo dijo nuestro profesor un día. El hombre es lo que recuerda; aunque mejor dicho, es más, lo que le ha pasado al cajón del olvido.
Un estudiante de Psicología- el músico-, Tomás, estudiante de Economía, Gilaver: filología hispánica, el agrónomo Escudero, y un particular- aspirante al título de Licenciado en Filosofía, componíamos un público variopinto, pero no incompatible, como el tiempo acabó por confirmar.
La ciencia la ponía Escudero, y los restantes, menos Tomás, que también manejaba números, éramos partidarios del lenguaje verbal o escrito. Algunas charlas aleccionadoras recibimos de ambos, por sacarnos un tanto de aquel ensimismamiento que no fuera más que pensamientos verbalizables, frente a la agilidad que proporcionan los números.
De allí compondríamos: un oyente de problemas ajenos, un consejero dinerario, un experto en el castellano y sus intríngulis, un optimizador de los cultivos del campo, y un perfecto absorto por la vida- que me haría el tiempo.
Y, de no haber mostrado tal pericia amatoria nuestro amigo Rebolledo, también un abogado. Pues, de resultas de todo ello, Rebolledo se tuvo que poner a trabajar. Y en lo primero que encontró, pues la familia de la chica tampoco se podía permitir demasiados lujos. Un día vino a vernos y extrajimos una sabia lección. Al parecer- él lo había comprobado- con los huesos molidos la letra difícilmente entra, pues- entre otras cosas, decía- te vence el sueño. Y era que nuestro amigo se había metido de albañil. Primero de los de pico y pala. Luego, cuando la empresa vio que no le tenía miedo a tales utensilios, lo asignaron a las oficinas, haciéndole más liviano el oficio.
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