Sí álguien, al momento actual me visita, de seguro notará que tengo un tráuma con los televisores. Y la verdad es que nació en mi barrio durante mis primeros veinte años. Pórque en mi primer lustro, hubo una pulpería en la Independencia con Hostos, de los esposos 'Don Soto y Doña Vírgen'. El primero esclavo de su negocio y élla, una figura siempre ausente.
Tiempo que coincidió con la primavera de las plantas televisoras del país. Y éllos(los esposos) adquirieron un aparato, pero ingresar a su casa no era tán fácil. Percance que vencí con el salvo conducto de ser amigo de su hijo William. Y era la etapa de 'Felipa y Macario' y una vez al año, de la 'semana aniversario'. Quedando Yo prendido del ingenioso equipo que podía reproducir a una pequeña escala la realidad humana.
Pero al cumplir mi primera década, la pareja desapareció del ambiente. Entónces, Don Primo, un impresor del pueblo, puso en el centro de un cuarto de su casa y rodeado por algunos bancos, uno de los dichosos aparatos y por dos cheles permitía el ingreso al saloncito. Sin embargo, mi abuela que a mi tanda matutina escolar, le añadió la vespertina de la Ercília Pepín, mató la oportunidad de perseguir la caja mágica.
Aúnque, afórtunadamente, Don Fernando, propietario de la farmacia Calidad de la Billini con San Francisco, llenó mi vacío, virando su pantalla íntima, desde su laboratorio, hacia la parte frontal de la tienda. Cósa en la que pudo haber influído la idea de atraer a los niños que hacíamos los mandados. Pero el poder seguir a 'Tom and Jerry' y a 'Mickey Mouse', me ayudó bastante.
Y cómo la farmacia no me cubrió la noche y la serie de Wyatt Earp(el hombre que desarmó al viejo Oeste de USA sin tirar un tiro), la de una perra que gracias a los trucos de cámara, fue convertida en heroína y Bonanza, una secuencia que sólo le entendí el deslumbramiento de nuestras adolescentes con los protagonistas.
Desembocó en el encuentro de un amplio callejón en una casa de la Sánchez, que me permitió(con un par de chicos más) jugar a los 'intrusos': deslizándonos para llegar a las ventanas de una sala-comedor, que en caso de que el televisor estuviera encendido, existiera una rendija abierta, que no estallara un aguacero, un volúmen que llegara hasta afuera, la inclinación de la pantalla en nuestra dirección y que el estado anímico de los del interior fuera solidario, no había garantía del 'disfrute' del show.
Pero una noche los de adentro voltearon el televisor. Luego surgieron dos refugios: la casa de los Paulino en la Papi Olivier y la de los Imbert Paulino en la Bonó. Y la historia, créo, justifica lo que mis visitantes atisban en mi hogar. |