El tío Atolón es el único poeta del barrio. Y también un rapsoda de tres pares de pelotas. Sobre todo cuando se ducha. Lo hace con la ventana abierta; gracias a lo que el resto del personal hemos tenido noticia de lo que es “ópera”. Culturizador general de nuestra juventud e infancia, lo habríamos de echar de menos de haber ejecutado el embargo. A otros barrios habría de haber ido a derramar su poesía y sapiencia, cuando, entre los gitanicos pequeños se empezó a montar bulla; y de ahí nadie sacaba a Atolónypico.
El caso es que ya no han vuelto los del juzgado. Al principio tímidamente, y, ahora, vuelto por sus fueros, ha reeditado sus arpegios. Y tanto es así que cuando canta la donna è mobile nos recorre una especie de descarga eléctrica por el cuerpo.
No hace mucho se presentaron los ambulancieros. Ya pensábamos que lo sacarían de cuerpo presente al pobre Atolónypico. Y es que anda muy perjudicado, siempre en vinolencias con los amigos. Desde lo del embargo- intento de, como se dijo- ya no es, sin embargo, el mismo. Se ve que la espada de Damocles que pende sobre él lo ha transformado. Y tal inseguridad se le ha metido dentro.
Las gitanas para animarlo le llevan conejos a la Dolores y gallinas y patos.
- Hágale, señá Dolores, un caldico al Atolónypico.
Por cierto, que nadie sabe de dónde le viene tan extraño nombre. Hay quien dice que el tal Atolón en un tiempo era un hombre muy rico. De una familia principal venía, pero que por amor a la señá Dolores renunció a todo. Vaya como el príncipe Harrys ese, que dicen los telediarios. Como sea, no se le conoce más familia que la señá Dolores y su chiquillo.