- Atolón, Atolón- dijo su mujer para despertarlo. Y Atolón no movía. La mujer se asustó y llamó al Samur. En esto que se presentan con un galeno dispuesto a certificar la defunción, cuando se encuentran que en lugar de muerto lo que estaba era borracho hasta tales extremos. Es decir, profundamente borracho.

Cuando despertó el tío no dio crédito a lo que vio: ambulancieros, equipos de reanimación, una enfermera y un médico.
La enfermera le gustó más que su mujer y desinhibido que se hallaba le empezó a tirar los tejos. Y era que la chica cumplía con los elementos del tópico erótico. Dicho sea sin ánimo machista alguno, pues esta página es literatura marginal y cabe casi todo. Además es que era bonita, como una reina. Una profesional que pudiera haber desfilado también en una pasarela: un poco llenita para los gustos imperantes, pero con su largo cabello rubio- auténtico-, su cofia, su regato pectoral y su panty blanco. Al principio pensó- también el propio Atolónypico- en hallarse muerto, y haber arribado a mejor puerto celestial ante la rozagante visión de la sanitaria. Hecho que desmintió totalmente el par de hostias que le metió el médico. Ahí se aclaró todo. Que había bebido. Y empezó a contar una historia que acabó por aburrir a todo el personal allí congregado.
Por si fuera esto poco, entró en aquel instante su chico. Chico que proveniente de la escuela se alarmó ante la visión de aquel fenomenal despliegue de medios.
En fin: que no estaba muerto; que había estado de parranda. Y, lo peor de todo, dispuesto a seguir dando la barrila en la página de los cuentos.