Cuando cursaba su segundo mes de encierro, paso lo peor. Ya habían pasado un par de cadenas nacionales por parte del presidente, las calles vacías y de a poco la apertura de algunas actividades, los números de casos en aumento como también el de las muertes y en la tele solo se hablaba del coronavirus, 24 hs x 7 días. La gente ya usaba mascara o barbijos en la calle. La llamada por parte del gobierno de la ciudad cada vez era mas espaciada y José les mentía diciéndole que aún tenía algunos síntomas leves, para poder sentir la presencia de alguien, que se preocupaban por él. Quería seguir estando en contacto.
Lo peor paso un día de mayo, José empezó a fingir algunas llamadas. Se llamaba desde el celular a su teléfono de línea, esperaba que atendiera el contestador y se dejaba mensajes de voz. Simulaba ser su familia, como también algunos amigos o gente del trabajo. Imitaba sus voces, como también sus tonos. Los mensajes dejados eran para darse ánimo, diciéndole que lo extrañaban y que lo querían y que estaban esperando que se curara para poder juntarse. Muchas veces él les contestaba con algún mensaje, mientras del otro lado no entendían nada de lo sucedido. Algunas veces José atendía su propia llamada y hablaba por 20 minutos. Las conversaciones variaban desde una abuela del campo que no veía hace mucho tiempo, un vendedor de seguros, su primo y hasta su ex novia en reiteradas ocasiones y discusiones. Incluso un día atendió al propio presidente y a Charly García, el cual lo llamaban para pedirle consejos sobre alguna medida o alguna nota, según quien estaba inspirado en que. Luego de esas llamabas, suspiro mediante, se tiraba en el sillón envuelto en papel celofán para poder descansar.
Con el correr del tiempo las llamadas eran mas frecuentes e incluso, no necesitaba el sonido de aquel aparato. Practicaba las conversaciones en la ducha, en la cocina, mirando la televisión y hasta al regar sus plantas. Su vecina, Jimena, muchas veces se quedaba escuchando, medianera mediante, como filosofaba con el malvón o las discusiones acaloradas de amor o política que tenía con el jazmín. Hoy su balcón se había transformado, ahora estaba cerrado con una lona que, incluida el techo, previamente abierto para ver las estrellas. El miedo de que penetre el virus hizo que convirtiera su balcón, el mejor lugar del departamento, en un invernadero. El aire pedía permiso para ingresar y solo levantaba 10 cm la lona durante 10 minutos por día. El encierro cada vez era peor.
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