Cosas que pueden pasar y que a veces pasan.
Esta saga interrupta la anudan, antes que nada, los acontecimientos. Que uno no se pone a escribir por escribir. Ya sé que se pierde el hilo; pero la verdad preside su discurrir y no creo que sea necesario añadir más al respecto.
Y digo lo anterior porque algunas han sido las novedades desde que aparecimos por última vez en esta honorable página. El tío Arturo ha muerto. Y no digo murió por tener bastante presente el hecho. Fue llevarle el ron a la residencia “el porvenir”- eufemístico nombre, por cierto- y estirar la pata. Nos consta que murió contento. Una vida plena- dicen que manifestó. Culminada por aquella deferencia nuestra. Un exitus comme il faut- nos dijo, un tanto misteriosamente, para profanos, aquel políglota de la medicina. Cuando llegó la hora final, se sentó enfrente, en plan compadre, del tío Arturo, y se despacharon la botella entrambos.
Que encarecidamente rogó nos dieran las gracias por el detalle aquel del ron. Y, es que, también es cierto, que le llevamos del “negrita”, como exigió in extremis mi hijo Alberto. Que a ver qué le llevábamos al tío abuelo. En una bodega entramos: del mejor que “hayga”- dijo el crío. Si es menester se descuenta de mi paga- concluyó el chico.
En casa no lo podíamos tener pero había querencia. El hombre en vida no había dado ningún problema. El único ancestro que nos quedaba pues se fueron muriendo uno a uno en el pueblo. Y con qué poco se conformaba, que dan ganas de instar un procedimiento para beato. Peores habrá- dijo el párroco- en las hornacinas, por saber el cura también de aquel carácter ascético. Y allí, en mitad de la nada, sin compañía alguna, lo introdujimos en aquella especie de túnel- último aposento- y lo dejamos solo- ante la inconsolable sobrina nieta- en el cementerio.
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