La brisa otoñal sacude oscilante las ramas de los árboles tapizando el suelo con hojas de colores , ocres y amarillos, de verdes secos, crujientes al paso de la gente por la vereda.
El sol apenas pone abrigo, a medida que se va desplazando hacia el oeste, a un perrito callejero que apareció en el verano y se afincó en la vereda de casa.
No mal cuidado, pero si abandonado, dócil, atento, de genéticas varias e indefinibles, su color negro con una mancha blanca en torno a su ojo izquierdo realza su cara de bueno.
Hasta que gracias a su inefable algarabía, de saltos con movimientos rápidos y pendulares de la cola, al ver a alguno de nosotros saliendo hacia la calle, se hizo acreedor de nuestro cariño y del ingreso como partícipe permanente del staff habitacional de este domicilio, bajo el nombre de Rogelio, como un jugador surgido de las inferiores del club River Plate.
Lucia, mi nieta, lo adoptó como propio y el a Lucía, su generosa paciencia permite que esta lo trate como a un peluche, alzándolo, caricias y mimos, en reciprocidad el lame sus manos, sus piernas, hasta su cara en forma de besos agradecidos, entonces Lucía proclama ¡ Rogelio es mi amigo... me quiere...!
El patio de casa está contiguo al de Lucia, separado por una medianera y una puerta blanca, comunicante, que al abrirse genera un momento especial traducido en los ojos brillantes de alegría y sonrisas en Lucía y los saltos casi ornamentales, con un ladrido distinto, como especial, particular, exclusivo solo para comunicarse con ella.
Entonces comienza la armónica interacción , si Lucía toma el triciclo, el va atrás de custodio, como guardia de honor, cuando se baja del triciclo él comienza a correr hacia el parque invitando a seguirlo, interrumpiendo su andar, yendo y viniendo para incentivar su persecución, agarrando entre su dientes una ramita o un pelota para improvisar un ida y vuelta de momentos felices.
Cuando se cansa se pone sobre algún trozo de goma eva disperso en el patio, de cuando Lucía era más pequeña, y se va corriendo según el sol se desplace. Al rato Lucía se acerca con una caricia y comienza otro instante de amor recíproco.
En otras oportunidades es él el que busca con el hocico, metiendolo entre su manos o las nuestras en busca de esas caricias que a la larga devuelve con su compañía y piruetas.
Tengo una foto, que conseguí tomar no hace mucho, de Lucía y Rogelio, dónde están los dos recostados en el patio, mirando al cielo, parecen agradecer haberse encontrado.
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