EL SILENCIO DE LA SEÑORA ESME
Tony, aún apuesto a pesar de su mediana edad, entró con reticencia a la sala, en penumbra porque la luz molestaba a su esposa, la señora Esme, por su migraña.
La pequeña pelea doméstica en la comida no tenía todavía resolución. Entrevió a su media naranja inmóvil y pensó: “los pleitos cada vez son más frecuentes, desde que los hijos se independizaron y tengo la sospecha que huyeron del ambiente opresivo de esta casa, a mi mujer ya se le notan los años, con sus múltiples achaques y a pesar de los analices y estudios de gabinete que varios especialistas de la medicina le han mandado no aclaran que tiene. ¡Vaya inutilidad de galenos!”
Firus, un perrito cocker spaniel arrellenado en un sofá, miraba con curiosidad a sus amos. Ella callada y él en su eterno monólogo.
— Esme, no crees que es una tontería que me castigues con tu silencio, “la ley del hielo” dice mi hijo mayor que me aplicas cada vez que te enojas. Acepto, que yo tuve la culpa con mi tonto comentario de que te disgustaras, pero, con humildad me disculpo.
La mujer impávida continuaba en su silencio, Tony siguió disculpándose, pero sin obtener respuesta, por lo que mejor fue a refugiarse a su estudio.
Firus, aprovechó la retirada de su dueño para acercarse a su amita y que ella lo acariciara, fue a lamerle la mano que estaba fría y al no obtener respuesta, el perrito optó por dirigirse a la cocina donde tendría mejores posibilidades con la cocinera.
Sola, la señora Esme, persistía en su silencio sin moverse, debido a que hacia un buen rato era difunta.
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