Ella se veía por el lado visible del espejo y él por el reverso. Este no era un espejo cualquiera, pues por ambos lados reflejaba. Si un anticuario lo hubiera visto, lo habría comprado de inmediato. Seguro habría aumentado el valor que pedía el dueño, solo por hacerse pronto al espejo misterioso. El marco se veía un tanto desgastado, parecía del siglo XVI, pero la luna parecía la del primer día que alumbró el universo, resplandecía de forma tan intensa que cegaba.
De un momento a otro empezó a temblar; tembló fuerte durante tres minutos. El espejo se cayó al piso y se quebraron las dos lunas en mil fragmentos. María y José se miraron con temor; él se reflejaba en los ojos de ella y ella en los de él; los ojos eran como dos espejos. Con el pasar de los minutos los pedazos del espejo que yacían en el piso, empezaron a lanzar destellos de luz tan intensos que terminó cegándolos y los condenó a vivir en el reino de la noche.
Al comienzo tuvieron dificultades para adaptarse a la noche profunda. Con mucho esfuerzo terminaron acostumbrándose a la oscuridad. Cuando él soñaba veía salir a María por el espejo llegando derecho a sus brazos. Después de abrazarse y besarse con mucha pasión, se iban por el espejo. Era como si abrieran la puerta de la calle y salieran a un ramal de caminos. A pesar que era de noche todo estaba súper claro; nunca antes habían visto tanta claridad en la noche como la que vieron en aquel instante, el reloj marcaba las doce de la noche en punto.
Por más que quisieron regresar no pudieron hacerlo, salían de un espejo y entraban a otro. Así se la pasaban, entrando y saliendo por un laberinto de espejos, sin encontrar el camino de regreso. Toda esta pesadilla comenzó el día que les dio por jugar con el espejo. Ella se escondía en el anverso y él en el reverso de la luna. El espejo monstruoso cambió sus identidades, ahora él es ella y ella él. El espejo es celoso con sus secretos, eso les pasó por abrir puertas que no debieron abrir.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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