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Emanuel y María vivían en una ciudad sitiada por el miedo. Ahí se mataba por matar, la muerte era parte de la cotidianidad y como tal no faltaban los muertos por todas partes y todos los días. A pesar de todo los habitantes de esa ciudad de nadie seguían apostándole al amor, aunque el amor todos los días estaba también en riesgo, pues no faltan los chismes, los celos y la intolerancia. Hay chicos que son capaces de maltratar y a veces matar a su novia por el solo hecho de verla conversando con otro pibe del barrio de enfrente.

Hasta los mismos policías se habían convertido en objetivo militar de las bandas delincuenciales que pululan en el distrito de agua blanca, el sector más deprimido de la mal llamada sucursal del cielo. Pero eso es lo que hay y negarlo sería como querer tapar el cielo con un dedo. Emanuel, con mucho esfuerzo iba saliendo adelante; dentro de poco terminaría sus estudios de medicina y empezaría a salvar vidas en el hospital más cercano a su lugar de vivienda. Como todos los chicos del sector había crecido en un ambiente de muerte, drogas, alcohol y sexo. Él vio morir a muchos de sus amigos a manos de sicarios y otras veces a manos de los mismos policías que no parpadeaban cuando de salvar su vida se trataba. Ellos disparaban primero, no solo porque estaban más preparados para matar al enemigo, sino también porque tenían el aval para abrir fuego ante cualquier peligro inminente. La investidura les permitía usar la fuerza, aunque muchas veces se extralimitaban en sus funciones y hacían lo que les daba la real gana.

Ese día la ciudad era rica en sucesos: las mulatas pasaban con aguamaniles llenas de chontaduro y aguacates; los mulatos regresaban a pie a sus casas a almorzar después de haber realizado su trabajo. La mayoría de jóvenes eran albañiles, carpinteros y rebuscadores de la vida en lo que fuera. La policía motorizada hacía sus rondas y en una de esas capturaron a un sicario que portaba una pistola ilegal comprada en el mercado negro. En lugar de haberlo arrestado se dejaron comprar por tres millones de pesos que se repartirían en partes iguales, un millón para cada uno. El sicario siguió su camino como si nada, pagó y no tuvo ningún problema. Los policías arrancaron pronto en sus motos a atender una riña que se había presentado en un supermercado que no estaba lejos de ahí. Al rato pasaron los bomberos a apagar un incendio en una fábrica de colchones; los conductores de vehículos particulares cedían el paso para que la máquina llegara pronto al sitio de la conflagración. Un paisa pasó en un carromoto que había acondicionado para llevar diversidad de mercancías: franelas para usar como limpiones en la cocina, veneno para ratas y cucarachas, encendedores y hasta calzones. Ese día María cumplía 22 años y en un par de meses se graduaría de trabajadora social. Los habitantes de estos sectores se dedican a cualquier tipo de oficios de poca monta y no a estudiar, por eso, no progresan.

María y Emanuel eran una de las pocas excepciones de aquel lugar. Sus padres habían hecho muchos sacrificios para que ellos estudiaran. Estaban muy cerca de ver realizado el sueño, sus hijos profesionales. Emanuel venía en el bus, había comprado un ramo de rosas rojas para celebrar el cumpleaños de María, iba muy feliz, ya casi llegaba a su casa, la casa de María quedaba en otro barrio, pero al frente de donde él vivía. Apenas se bajó del bus, timbró su teléfono varias veces, miró quien lo estaba llamando y se dio cuenta que era la suegra.

Contestó de inmediato y ella casi sin poder hablar le dijo:
-Emanuel, vente pronto a casa, no demores es urgente.
Emanuel corrió lo más rápido que pudo, atravesó una cancha de fútbol, que más que cancha era un peladero donde jugaban grandes y chicos los fines de semana y los martes entrenaba el equipo infantil del barrio. Emanuel iba como alma que llevaba el diablo; al fin llegó donde la suegra, pero ya era tarde, María había muerto victima de una bala perdida que disparó el sicario que la policía dejó en libertad por dinero. Emanuel estaba inconsolable, con la voz partida le dijo a la suegra:
-Doña Esperanza, me quiero morir
Apenas dijo estas palabras se escucharon tres disparos; el mismo sicario le disparó en la cabeza a Emanuel pues no podía pasar al barrio de enfrente. Esas eran las leyes de los pandilleros de cada barrio. Las flores yacían en el piso salpicadas con la sangre de Emanuel y María.

Cuento escrito con la experiencia vivida en una de las comunas más violentas del distrito de agua blanca, Cali, Colombia.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA

Texto agregado el 12-02-2021, y leído por 127 visitantes. (2 votos)


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