Nunca debiste salir de Calahorra.
Y lo decía de verdad; pero uno era un aficionado a la aventura. A veces me lo planteaba; qué hacía un tipo de Calahorra en la Universidad de Murcia. Tan lejos de tierras patrias- me refiero. Cuando llegaba vacacionalmente, me esperaba séquito en el autobús, como si fuera un Director Provincial de algo. Y era, que los de mi pueblo gastaban bastante sentido del humor y las ocupaciones de choteo por allí no sobraban. Yo me lo tomaba con filosofía. Un día, por las vacaciones de invierno, me presenté en el pueblo con Tomás. Dispuesto el tío a contar los habitantes casa por casa porque no concebía que hubiera allí tantas almas como uno decía. Pero era cierto: dieciocho mil- in ille tempore- calagurritanos parábamos por allí. El tío se adaptó pronto a la villa y salía solo e hizo amigos rápidamente. Vamos, que yo creo que se quería quedar y no volver ni a su pueblo ni a la Universidad. Que había recibido una llamada de dios- me decía muy seriamente. Pero la llamada tenía nombre y apellidos- algo así como Pilar Urbizu. Cuando ya medio lo convencí, puso la condición de que le dejara ir por el verano al pueblo. En casa cayó simpático y ahí lo teníamos de huésped y empleado en la explotación ganadera que tenía mi familia. Por entonces empecé yo a creer en el amor verdadero, pero lo cierto era que Pilar estaba como para encoñar a bastantes por el mismo precio. Al año siguiente se instaló también por allí. Así que la pregunta sobre la pertinencia de la presencia de un riojano en Murcia se difuminó bastante por haber allí dos.
Al menos nuestro amigo se relajó y aquella máquina de regurgitar estafas y fiestas del más diverso sentido se volvió hogareña y enamoradiza, pues no faltaba fin de semana que se presentara en el Colegio de las madres Oblatas, donde se había residenciado- maestra de escuela en ciernes- nuestra paisana Pilar.