Sin lugar a dudas, esa familia en particular era bastante atípica; paradójicamente unida y escindida ante el factor: dinero. Me parece verlos luego de tanto tiempo, dándose palmadas en los hombros entre ellos al estilo de la Mafia. Besándose sin siquiera tocarse ellas, y hablando lo contrario a aquello -que me consta- pensaban. Mientras la soberbia se paseaba ante cualquier semejante que osara tan siquiera dirigirles la palabra o mirada. Todos muy respetados entre sí, era la "querida familia", salvo cuando por cualquier motivo uno se ausentaba. En tales circunstancias, corrían como pólvora las habladurías en contra de quien fuera, con el fin de que El Gran Padre/Abuelo se enterara. Eran iguales a fieras voraces disputándose un trozo de carne del ausente.
En cuanto hacía su aparición El Gran Padre/Abuelo, como el principal personaje de una obra de teatro, se instalaba de inmediato un silencio espeso cuya base estoy segura; era el miedo liso y llano. El Gran Padre/Abuelo de contextura grande, apenas corpulento, producía una impresión de "enorme"; tal vez debido a su actitud y su poderosa energía. Pero era palpable el efecto que producía en los demás, y no sólo ante su propia familia, sino ante cualquier ser humano. Se lo temía, no era respeto lo que sentían, sino una especie de miedo visceral, mucho más hondo en realidad que el temor.
Me figuro sentada en una de esas reuniones, casi sin moverme mirándolos, mientras escucho los comentarios de doble o triple filo, las palabras hirientes con sutiles dejos de inocencia, las sonrisas de hiena bien sádicas, y las burlas dichas en voz baja que salían de la boca de mi tía, torciendo del lado contrario a donde se encontraba su madre, algo corta de oído. Cada vez que hacía su aparición, no lograba entender no sólo la crueldad sino su habilidad física, al sonreír con un pedazo de su boca, del costado exacto donde estuviese sentada mi abuela, y con la otra mitad, hablar a media voz barbaridades en su contra, al resto de los allí reunidos. Semejaba cada reunión, a las que fácilmente tendría "El Padrino"con su familia. Sin embargo, a El Gran Padre/Abuelo nadie lo engañaba, conocía muy bien a cada uno de sus descendientes, ya que como buen psicótico que era, poseía una muy fina inteligencia.
Una de las costumbres infaltables de la familia, cuando alguno de ellos moría; era ir luego del cementerio al mejor restaurante, para disfrutar de una excelente comida, dando lugar a algo muy semejante a un festejo. Supongo ahora, que como una especie de defensa por la vida, me niego a creer que estaban tan alegres como parecían.
Aquel domingo en nada se diferenció de los demás domingos. Lloviera o tronara, debían estar presentes todos. Y fueron llegando a la casa paterna los hijos pródigos. Me encontraba ayudando a poner la mesa, cuando sonó el primero de los timbres. Casi de inmediato el vozarrón de Luca invadió la casa. Al entrar al comedor seguido resignadamente por Ignacia su mujer, pareció llenarlo por completo y eso que se trataba de una estancia muy amplia, decorada con sobria elegancia. Es que Luca era demasiado corpulento y enérgico. Al primero que saludó sin mirar a nadie más, fue a su padre por supuesto. Le dio un beso en cada mejilla, palmeando suavemente la espalda. Don Nino en la cabecera, apenas se dignó a responderle. Luego fue a saludar a la "Nona" Carmen, su madre, atareada como de costumbre en la cocina. Mientras tanto Ignacia, se deshacía entre sonrisas y halagos, pareciendo quedar bien con todos a fuerza de hipocresía. Indiferentes ante mi figura de criatura, se fueron sentando a la mesa, cada uno en el asiento designado para ellos desde años atrás.
Ese domingo en especial, Don Nino se mostraba más dicharachero que de costumbre y tornó a hablar de sus temas favoritos, esto es: los negocios y el dinero. Nada más parecía tener importancia en su mundo. Volvió a sonar el timbre, dando paso a la "Perla de la familia", mi tía Doña Orfilia. Bueno, bueno, sobre ella habría cantidad de cosas para comentar, pero por el momento lo dejaremos. Basta decir que se trataba de toda una belleza, muy alta, morena, de cutis oliváceo y ojos renegridos. Lucía a sus treinta años, una figura escultural. Sólo que me hacía recordar a esas frutas que vemos a veces, grandes, llenas de color, lustrosas, esas que cuando le vamos a hincar el diente, descubrimos que está toda podrida, ¿no le pasó eso alguna vez? Bueno, Doña Orfilia saludó con un leve gesto a su padre y tomó asiento a la derecha de Luca, interponiéndose entre los esposos. Don Nino, ni la miró ni respondió a su saludo.
Mientras tanto, yo iba y venía pese a mi corta edad de aquel entonces, de la cocina al comedor y viceversa, siguiendo las indicaciones de la Nona. Cuando ésta apareció trayendo una bandeja de entradas frías, ahí recién, Doña Orfilia recordó saludar a su madre, levantándose del asiento para darle un beso, mientras de inmediato, torcía la cara para que no se diera cuenta la Nona, en un gesto de asco, mientras nos miraba con una sonrisa torcida, comentando en voz baja que su madre tenía olor feo. El único olor que tenía me consta, era el de la cebolla que terminaba de picar y el del ajo, pero bueno...
La mesa estaba preciosa, con la cubertería de plata sellada, la fina cristalería, y la vajilla inglesa. Tenía un original y muy bello centro de mesa y algunas flores esparcidas sobre el mantel blanco como espuma, como quien no quiere la cosa (ideas propias) que gustaron. Se sirvieron los vinos y el tono fue subiendo de registro,las charlas que se daban parecían amenas. Hizo su entrada entonces el benjamín de la familia refregándose los ojos, recién levantado de su siesta de cuatro horas, en previsión de la salida nocturna que a veces terminaba a las ocho de la mañana siguiente. Corrí a abrazarlo, era mi tío favorito por más cosas que dijeran de él. Para mí, Juliano era el mejor de todos. Ya sentados en nuestros lugares, se hizo algo de silencio al dar comienzo la cena. La misma consistía en una sucesión de frescas entradas y postres de frutas y helados, en atención al clima tan cálido que reinaba en esos días.
Hubo ciertos espacios vacíos, los hijos de Luca, el de Orfilia, y mis padres, ausentes con aviso más que justificado. La "Nona"Carmen, se sentó finalmente a la mesa. Estaba algo transpirada, con la cara enrojecida pero bella, era tan bonita como poco apreciada. Su esposo seguramente jamás la halagaba o acariciaba, ni hablemos de mimos. Sus hijos tomaban de ella todo, como si fuera su deber, pero daban poco y nada. Sus nietos mayores, el hijo de Orfilia y yo, parecíamos los únicos en valorar sus esfuerzos para que todo brillase y estuviese en perfecto orden, los únicos en amarla tal como merecía. Sonreí en ese momento, al recordar el pequeño "lujo"que se brindaba a sí misma, leyendo esas novelitas románticas que adoraba. Ahora estaba junto a Ignacia, sirviendo a toda la familia. La miré, llena de reconocimiento ante su figura. Y siguieron pasando los días, las semanas, los meses.
Un buen día, la "Nona" Carmen se fue de la casa. Se fue con sólo dos valijas, y con todo el amor que sentía hacia sí misma. Se fue a sus cuarenta y nueve años, enamoradísima, se fugó en realidad. Conoció a un señor muy noble, todo un caballero, culto, de cincuenta y cinco años. Viudo y sin hijos. Carmen, ya no más la "Nona", abandonó en la casa todas sus novelas románticas, prefirió sentir, palpitar y vivir realmente el amor con un hombre, por primera vez en su vida. Claro que antes, dejó perfectamente planchadas docenas y docenas de camisas, limpios varios trajes, lustrados todos los pares de zapatos, y la heladera y el frizzer repletos de alimentos deliciosos preparados con amor.
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