Te levanté el mentón decididamente aunque con suavidad
Apuraste una sonrisa nerviosa juntándola con los ojos que se cerraban
Quizás esperando un beso prudente junto a la noche
Que había dejado escapar sin rabias al sol que de verdad no estaba.
Porque no nos pedimos un abrazo y porque no nos pedimos un beso
Y lo que yo sé es que sí nos sobresaltaba la piel.
La noche se debatía entre si ver el ocaso o las estrellas
Trazados en tus ojos recostados en los pliegues del silencio,
Cuando la ciudad se dormitaba en el regazo de los faroles.
Y se hizo semilla y se hizo río y se hizo hierba
El andar y el desandar del amor que rondaba
Por todos los rincones de nuestros quejumbrosos respiros,
Dibujando caricias solemnes en el talar de tus pechos.
Porque fui en ti la voz del beso que te hizo eco
Porque fuiste en mí la profundidad de tu río infinito,
Navegando sin las orlas tejidas en las sedas límpidas
Enredadas entre los suspiros noctámbulos embriagados del yermo.
En algún lugar tañía una guitarra adornada de boleros

Bailando por las estelas dejadas en el hálito del sosiego de la felicidad,
Dejada por los abrazos desnudos tras el sendero de miradas
Que vinieron a avisarnos en el reloj de todos los días que allí
Estaba esperándonos el tiempo de dejar la errabunda estancia
De los ojos sin brillo en el cual reflejarse en un simbiótico regocijo.

Y te levanté el mentón sin apuros y dejé mi marca de beso sin tiempo
Cerca de tu cuello en donde transitaba la sangre en borbotones ardientes
Que subía y bajaba hasta la misma sensación del misterio entregado,
Si bien lo entendí en tu caricia de jubiloso quejido
No entendí por qué la noche me abandonaba al arbitrio de la cerrazón,
Si yo quería dejarte la marca infinita de mi contemplación.
Te levanté el mentón.