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A causa del infausto siniestro de su máquina, un viajero del tiempo quedó varado en un futuro tan distante, que las máquinas y los viajeros del tiempo eran parte de una antiquísima sabiduría, perdida ya para siempre. Imposibilitado de regresar, el viajero no tuvo más remedio que presentarse ante los Mandatarios, que acogieron con escepticismo su declaración de haber venido del pasado. Detenido bajo el cargo provisional de Innominación, fue recluido hasta que los Maestros dictaminaran si se trataba de un visitante del pasado o de un impostor o insano.

Ante el Magisterio, el viajero fue conminado a presentar evidencias de la existencia de ese pasado del que decía venir. La gran cantidad de detalles del pasado que proporcionó, en largas y agotadoras sesiones de interrogación, fueron contrastados con los Compendios, pero ninguno de ellos era tan antiguo como para permitir obtener una sentencia determinante. La opinión de los Maestros estaba dividida: algunos creían que el pasado descrito por el viajero era posible, y que en su memoria se podría encontrar la explicación de su mundo actual; otros, creían que la civilización descrita por el viajero — tecnológicamente avanzada como para haber creado una máquina del tiempo, pero a la vez tan primitiva que había permitido el hambre o las guerras— era una contradicción, el delirio de una mente insana. Los álgidos debates, que poco a poco habían ido minando la fe del viajero, se prolongaban interminablemente, hasta que un hecho fortuito les puso fin y decidió el destino del viajero.

Una día, por una inocente casualidad, alguien puso una rosa en el estrado de la Sumo Maestra. El viajero del tiempo, desesperado porque una vez más se ponía en duda la veracidad de sus declaraciones, se defendió diciendo que lo que él afirmaba era tan evidente como que la rosa sobre el estrado era roja. Inmediatamente el viajero tuvo la ominosa sospecha de que había dicho algo inadecuado, porque los Maestros se quedaron en silencio. Tras una angustiosa espera, la Sumo Maestra se levantó de su estrado, y con voz solemne, preguntó al Magisterio si estaba de acuerdo en declarar insano al viajero, ya que la inaudita confusión del color de la rosa era prueba suficiente de que el viajero vivía en una realidad absolutamente distorsionada. Casi al unísono, los Maestros hicieron una venia grave, y la Sumo Maestra abandonó el Magisterium.

Al principio, el viajero se quedó perplejo; luego, inquirió a gritos que le explicaran a qué confusión se referían; y luego, ya fuera de sí, subió al estrado, tomó la rosa, y apretándola fuertemente, instó a los Maestros a negar, mirándolo a los ojos, que aquella rosa era roja. Ante esta actitud hostil, los Maestros empezaron a abandonar el Magisterium; cuando el viajero, enardecido al ver la sangre que manaba profusamente de su mano, empezó a gritar roja!, roja!, les digo que es roja!, los Maestros que aún permanecían en el Magisterium huyeron horripilados. Todavía estaba gritando cuando se lo llevaron los enfermeros de la Casa de Insanidad.

Lo que el viajero nunca sabrá es que la humanidad, en su incesante pero sutil proceso de evolución y mutación, había perdido la facultad de distinguir entre los colores rojo y verde, y que el defecto de la visión conocido como Acromatopsia o Daltonismo pertenecía a un pasado tan remoto que, en ese futuro al que había llegado, era un hecho simple y cotidiano que el rojo era un matiz más oscuro del verde. Científicamente, los Maestros sabían que el ojo humano no podía percibir las longitudes de onda que van más allá del verde en el espectro luminoso, que corresponden a la zona denominada infrachlorium o rojo; y que por eso, pretender que una cosa fuera roja era una prueba concluyente de insanidad.

Solo yo conocía la verdad. Como visitante asiduo de ese futuro, sabía que el viajero tenía razón, porque había observado y estudiado todos los detalles que he mencionado, y que habrían podido probar su inocencia. Pero no dije nada, porque sin duda habría sido condenado junto con él. Asistí a todo el proceso como simple espectador, y cuando lo condenaron, abordé mi máquina tomando las precauciones de costumbre, y me fui.

Alguna vez he regresado y he tratado de hacerle llegar los datos que prueban que tiene razón, que no está loco, aunque es una empresa riesgosa. Pero siempre fracaso. Los ecos de esa simple y remota verdad jamás llegarán a la celda incolora donde el viajero del pasado, ya atrapado en un tiempo donde nadie jamás podrá entenderlo, está redundantemente encerrado, tranquilo y silencioso, siempre viendo por su ventana un jardín en el que florecen innumerables rosas rojas.

Texto agregado el 28-01-2021, y leído por 94 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
29-01-2021 tu texto merece un premio, mi modesto bravo no es suficiente. Queriendo o no queriendo tu texto, impecable en la redacción, sugiere muchas interpretaciones. Gracias Yvette27
29-01-2021 Muy buena tu historia y sabes lo mejor? me resulta verosímil. Ve a saber que mutaciones tenemos ya y ni nos enteramos. Saludos, sheisan
28-01-2021 Las injusticias siempre vistas de manera absurdamente subjetiva, en cualquier tiempo. Me encantó la historia, un ingenio y creatividad que mantienen la expectativa hasta el final. Ya de lado y permitiéndome el atrevimiento te pido que revises las pausas innecesarias de algunas comas. Saludos! Mitsy
28-01-2021 Dejando de lado, por un momento, y pretendiendo que me disculpes, la más que interesante y fantástica historia relatada, debo confesar que el final logró conmoverme. Gracias mil amigazo. Shalom Abunayelma
 
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