Lo primero que siente antes de abrir los ojos es el dolor de cabeza que navega entre una jaqueca y una migraña. Como un vaso a punto de derramar su contenido al llenarse y colapsar desmesuradamente por el borde del recipiente donde está vertido. El mareo producto del dolor y de la idea de aquel vaso hacen que la cabeza le dé vueltas y que a pesar de estar acostado, cree estar cayendo a una corriente de algún desagüe en compañía de un hedor que se apodera de su olfato y la primera imagen que entra por sus ojos es el techo de la habitación donde se halla, distorsionada por la luz clara y lo vomitivo de ese olor impregnado en las murallas o quizás en su propio cuerpo. Se siente ajeno y alienado, pero está vivo.
No tiene ropa a su alrededor y solamente unas frazadas completamente blancas lo cubren del frío aparente del exterior de la cama. Piensa un breve momento y no recuerda cómo llegó allí. Solamente un nombre resuena en su mente y se autoconvence de que le pertenece. "Civas" suena como un eco que rebota en sus tímpanos y que ha entrado por las cavidades del cuarto donde se encuentra. Logra estabilidad al acomodarse, apoya la espalda en el respaldo de la cama y de esa forma su respiración se encuentra un tanto más relajada pasados unos pocos minutos. Observa el lugar y la misma sensación de pertenencia le abre la puerta a una idea, y esa idea se pronuncia de manera que entiende que está en su casa, o al menos de alguien conocido, pero la memoria es su peor enemiga en este momento. La cabeza le late aún y en un espejo se mira reconociendo como las venas de su sien se engrosan con cada palpitar y lo que percibe de eso es tan sonoro que le produce una implosión interna similar a cuando entra agua a sus oídos. Cada pulso es una gota que penetra por el canal auditivo y lo desespera. Cierra otra vez los ojos para descansar de ver por unos segundos, pero el mareo le amenaza con volver.
Es de día y las ventanas no tienen las cortinas cerradas, por ende, la luz entra por toda la estancia blanqueando hasta las sombras más oscuras y deja ver las imperfecciones de su cuerpo como una señal de que debería tomar una ducha, mas no recuerda siquiera dónde está el baño. Puede notar a lo lejos que sus uñas están negras como después de haber trabajado con tierra, su piel reseca, su boca partida y la comisura irritada. Al tocar sus labios con la punta de sus dedos y con su lengua reconoce un sabor salado y agrio de sudor, causado por una noche demasiado agitada que le genera casi de inmediato la necesidad imperante de beber agua, pero no ve ningún líquido cerca. Solamente recuerda el vaso rebasando su capacidad en la imaginación de su cabeza momentos atrás.
Decide ponerse de pie después de haberse sentado a la orilla de la cama donde se encontró de frente con la imagen de su cuerpo reflejado en aquel espejo. Y, al erguirse, los huesos de sus piernas suenan como después de una labor inmensa o de la inmovilidad casi mortuoria en la que se encontraba antes de levantarse. Al mover los pies toma conciencia del peso de la piel, los órganos, músculos y esqueleto que lo inhabilitan, como si recién saliera de una piscina después de haber flotado en ella. Se estabiliza y primero comienza a desplazarse con ligereza a través de la habitación, para luego descartar posibilidades detrás de las tres puertas que se le presentan..
Observa la más cercana que está a la izquierda y después de dar un par de lentos pasos, gira la manilla pero ésta se estanca a mitad de camino de su muñeca, emitiendo un sonido de estar completamente cerrada. Suspira. No ve llaveros tampoco a su alrededor. Derrotado por la primera opción avanza a la segunda apoyando su mano izquierda en la muralla y así se dirige a la siguiente puerta unos tres metros más allá, tomando también conciencia de lo grande que le parece el extraño cuarto. Aunque cree que los sentidos le están jugando en contra producto del dolor de cabeza, que no se ha aletargado en lo más mínimo y sigue haciendo estragos en su interior. Al abrir la siguiente puerta aparece una leve sonrisa que poco permanece en su cara, ya que le genera un malestar en sus mejillas, como si hubiese pasado por un dentista, desapareciendo casi en el acto mezclado con un sonido quejumbroso proveniente de su garganta seca y áspera. Pero ahí lo ve, es el baño y el color del impecable lavamanos que ve combina con el blanco del cuarto a su espalda. Gira la llave con algo de fuerza y la desilusión es gigantesca al ver que no cae ni una sola gota a través de ella. Pero posee una segunda oportunidad. Gira la otra llave y lo poco que sale de ella es un hilo ínfimo de líquido que al llenar la cuenca de su mano y beberlo, lo hace escupir con fuerza. Estima que su sabor es lo que podría ser una mezcla entre tierra y mierda. Grita junto a los espasmos de frustración, superando el eco del nombre que lo invadía antes de levantarse.
Vuelve su vista al fondo del cuarto para ver un cubículo con cortinas también blancas. Se dirige a la ducha y espera encontrar la solución a su necesidad, pero desnudo resbala en la orilla de la entrada. Logra agarrar una de las llaves evadiendo golpearse la cabeza, aunque el desequilibrio es casi incontrolable y al intentar pararse nuevamente, rompe la llave producto del peso que pone en ella, dejándola tan cerrada como la primera puerta. Echado en el piso, mira los azulejos que parecen reflejar su cara y su derrota. Recurre al último recurso y abre la tapa del estanque de la taza del baño la cual se encuentra completamente llena. Decide meter esta vez ambas manos para llenarlas y antes de llevárselas a la boca con el contenido transparente y frío que moja casi por completo sus antebrazos, desconfiadamente intenta tomar el olor del contenido y bebe un pequeño sorbo. Sus pupilas se dilatan, su frente se arruga, gesticula unas muecas de disgusto y, como un impulso innato, abre sus brazos y bota todo el líquido de sus manos cerrando los ojos, sacudiendo el estremecimiento que recorre su cuerpo. El agua que ha bebido es un vomitivo inodoro y no lo soporta. Es un sabor que jamás había probado, pero es repulsivo y su cuerpo reacciona violentamente a su sabor con arcadas y escalofríos. Su estómago está al borde de devolver lo poco que ha consumido, pero se calma y respirando profundamente se logra controlar.
Vuelve a la pieza principal donde despertó sin recordar nada de sí ni de su día anterior. La última puerta está al final de la muralla contraria y a pesar del cansancio que siente camina en dirección a ella mentalizado en que su necesidad es más fuerte.. Necesita algo para beber, para luego sentarse a tratar de trabajar en recuperar algo de su memoria y reducir el dolor de la migraña de alguna forma más directa, ya que el baño, por lo que notó, no poseía botiquín o compartimientos para almacenar algún medicamento que le ayudara. Mientras cruza la habitación intenta reconocer lo que ve por las ventanas y su extrañeza se multiplica al ver enormes árboles a su alrededor formando un frondoso bosque de troncos enormes y con corteza firme moviendo sus hojas, casi como bailando con la luz del sol. Parecen estar imperecederamente vivos, totalmente opuestos a su cuerpo desgastado y desmemoriado. No ve el horizonte a través de ellos, pero hacia arriba el cielo se ve despejado. Las ramas cubren gran parte del paisaje que se puede observar y estima por la altura que está en un edificio. Pareciera que todo el complejo se encuentra como en un pilar de la misma proporción que el bosque de afuera. Decide preocuparse de eso más tarde cuando logra abrir la siguiente puerta que lo conecta con un pasillo alfombrado con otras puertas a sus costados. Calcula unos siete metros de largo y divisa un gran ventanal en la muralla del final que desde el piso a techo ilumina gran parte del lugar, casi de la misma forma como las ventanas de la habitación que acaba de abandonar. No ve ninguna escalera o ascensor que conecte con el piso donde se encuentra.
Las paredes siguen siendo blancas, como recién pintadas, pero la textura indica cierta antigüedad. La puerta más cercana está contigua a la puerta de donde viene, a su derecha, unos cuatro o cinco pasos más allá. Esta vez no se tambalea tanto, el mareo va cesando, pero su cabeza está a punto de reventar. Cree estar deshidratado, he ahí la sed y todo el malestar encerrado en su cráneo. Camina y antes de abrir la puerta presiente ser observado. Civas mira a ambos lados y al no encontrar nada extraño penetra en el nuevo cuarto con esperanza al reconocer que se trata de un comedor que conecta con un cuarto de cocina al fondo. Esperaba encontrar más blanco al abrir la puerta pero en este espacio los colores cambian. Hay ocho sillas de madera rodeando una mesa enorme del mismo material con un pequeño paño circular perfectamente colocado en el centro, un gran mueble que parece ser una despensa que recorre tres cuartas partes de las murallas del sector comedor, una isla que separa la cocina en dos con algunos cubiertos encima, algunas plantas y un par de platos bajos y grandes, como los que se usan para una comida principal, una gran encimera que divide el ambiente del comedor y la cocina, y por último un refrigerador: único objeto de color blanco que identifica como su próximo objetivo, además de la llave del lavaplatos, descartada por las experiencias pasadas al tomar un poco de lo que parece ser una suerte agua envenenada o contaminada.
Al avanzar abre un par de cajones de la gran despensa que le quedan a mano, encontrando vasos y más platos ordenados jerárquicamente desde lo más grande a lo más pequeño y de derecha a izquierda. Sus pies descalzos sienten el frío de las baldosas, pero no le importa. De hecho, la sensación helada le parece placentera mientras avanza por el comedor. Alarga otra vez sus brazos para abrir la siguiente puerta de la despensa y encuentra servilletas y paños. No ha encontrado agua aún y la corazonada de hallar algo para beber en ese refrigerador se expande por todo su cuerpo que lo impulsa a aproximarse al electrodoméstico con más velocidad, acelerando también su respiración.
Rodeando una parte de la isla al centro de la cocina abre otro par de cajones debajo de los cubiertos que vio al entrar en aquel lugar sabiendo que no hallaría nada. Estaba en lo cierto, solo más paños y algunas lozas entre tazas y otros platos. Un par de pasos más y está frente al fregadero. Duda, pero decide intentar una vez más con el agua que brota de esta llave. Se inclina levemente a mirar el delgado chorro que sale por la boquilla al final de la cañería circular y no ve diferencia alguna en las características del transparente líquido. En esta oportunidad usa solamente un dedo para atajar una pequeña gota, echársela a la boca y esperar la respuesta. El efecto es inmediato y siente cómo su estómago se contrae de forma inmediata, generándole una convulsión que le revuelve el cuerpo y reactiva las náuseas y el mareo. “¿Será veneno?” Se pregunta, pero decide no volver a probar agua si es que se le presenta otra oportunidad, al menos no de las cañerías del lugar donde está. Se gira limpiando los residuos de su boca e intenta tragar lo poco de saliva que genera. Respira hondo y da los pasos que faltan para abrir el refrigerador de un solo tirón con sus dos manos.
Y ahí queda, estupefacto e inerte por un breve momento, boquiabierto por lo que se le presenta. Mira otra vez a todos lados buscando la presencia o figura que dé cuenta que lo están observando, que le diga que todo es una broma o le digan dónde encontrar agua, pero su rostro impávido por el contenido del aparato indica una creación de más preguntas que respuestas. No entiende mucho de esta pesadilla en la que se halla. Pero está seguro de que hay una forma de despertar y quizás el contenido de las botellas que llenan los compartimientos del refrigerador tengan alguna de esas respuestas que necesita para poder calmarse y descansar. Estira su mano derecha y agarra la primera del compartimiento central. Vuelve a uno de los cajones que abrió previamente para sacar un destapador y las últimas energías que cree poseer son las necesarias para aplicar la fuerza requerida para abrir la botella, llevársela a la boca y beber directamente el contenido. Esta vez sin oler el contenido, pero notando algo diferente. Mientras bebe, sus pupilas ya no se dilatan y la sed que sentía se va opacando paulatinamente mientras un pequeño calor se apodera de su garganta y de su cuerpo.
El ardor en su boca le indica que el líquido es algún tipo de alcohol, pero no logra identificarlo. Su color es transparente y de sabor un poco dulce. Las botellas no poseen ningún tipo de etiqueta o nombre y también son transparentes. Esfuerza su memoria al máximo y como una epifanía aparece la palabra vodka y con ella un torrente de recuerdos se desborda de la misma manera de aquel vaso en su mente hace un buen rato. Pensó en lo raro de tener que destapar las botellas usando ese método, pero no era más extraño que el sabor del agua que había encontrado. Aún creía estar en su casa o en la de algún conocido, pero no se sentía raro en sí estando en el lugar, se sentía raro al no recordarlo. Y recorrer el espacio hasta ahora no ayudaba en nada, pensaba, salvo encontrar aquella no despreciable cantidad de vodka.
Cuando ya casi acababa el contenido de la primera botella sosteniéndola con una mano, usó la otra para sacar una segunda. No podía contar todas las botellas en la profundidad del refrigerador, pero para él habían al menos más de 50 envases, todos idénticos e inmaculados, con un brillo caricaturesco, casi angelical y milagroso. Recordó también que el efecto del alcohol demoraba unos minutos y que aún tenía sed por lo que siguió consumiendo rápido. Dejó la botella vacía en la isla y destapó la segunda botella con mayor fuerza haciendo sonar la tapa que voló lejos rebotando un par de veces en la encimera y luego en el suelo, girando antes de calmar su inercia de giros. Bebía con tal rapidez que el ardor se hacía más fuerte al igual que los pequeños destellos de recuerdos que se mezclaban con colores y escenas de la habitación donde despertó. Entendió entonces el problema y su solución. Era el vodka y el alcohol lo que le estaba devolviendo la memoria en pequeños accesos de imágenes mentales y sensaciones parecidas a las de un deja vu. Cogió cuatro botellas más y caminó a la mesa del comedor sin cerrar el refrigerador a su espalda. Tomó una silla para apoyar sus pies, otra para sentarse lo más cómodo que pudo considerando el dolor que aún sentía y colocó las botellas sobre la mesa a una distancia prudente decidido a emborracharse. Así recuperaría la memoria, y de pasada, podría descansar del estrés que le generaba el no recordar nada de él, ni del departamento donde se hallaba. Cerró los ojos y a la mitad de la segunda botella ya había confirmado que vivía solo y que éste era su hogar. También comprobó que su nombre sí era Civas y que el día anterior había estado sentado ahí mismo, escuchando el sonido del líquido entrando por su garganta, tragando cantidades absurdas de vodka, intentando recordar lo que ahora se veía un poco más claro. El cuerpo ya se le había calentado y su corazón aceleraba su ritmo a medida que levantaba la botella de turno en su mano. Su necesidad ahora era descubrir qué había sucedido anoche y lo estaba logrando, pero no veía más allá de lo que ahora mismo hacía. Simplemente bebía para recordar que había estado bebiendo y todo se repetía.
En la tercera botella que tomó la sed ya era inexistente, pero el mareo y la alcoholizada iban cuesta arriba y su cara lo indicaba con muecas y gestos que lanzaba evadiendo el silencio que desaparecía cuando su cabeza le mostraba más escenas que recordar, todas idénticas a la situación que estaba viviendo. Quedaban aún tres botellas más que no sabía si tocaría. Decidió ir al refrigerador a guardar un par y volvió a la habitación donde despertó llevándose la restante. Por si acaso, se dijo sonriendo al cerrar la puerta del comedor a su espalda con la dificultad de un borracho. Al salir nuevamente al pasillo, se tambaleaba como lo hizo al llegar a ese sector cuando venía en sentido contrario. Lagrimeando por el alza de presión y el calor en su cabeza su vista le traicionaba la ubicación real de las cosas con las que interactuaba, pero logró entrar a la habitación, dejando la botella a un costado de la cama, y antes de posarse en ella, el recuerdo más lúcido penetró en su mente. Se vio agachado, así mismo como estaba ahora, mirando el espejo a un costado de la cama como lo hacía ahora, hablándose a sí mismo intentando decir algo que era inentendible e inaudible en el recuerdo. Una mueca de palabras sordas reflejadas en su rostro del pasado, como un túnel atemporal donde él mismo, como viajero, intentaba advertirse de algo con la cara alterada por el horror y la preocupación, pero solamente escuchaba a lo lejos unas campanas graves y lejanas, no existían palabras. Se acercó a la imagen del espejo y colocó su oído en él tratando de escuchar lo que le decía su yo en el reflejo y en el recuerdo. Su yo del otro lado que se proyectaba casi alucinando en aquel cristal donde anteriormente se vio tan demacrado. Embriagado, era difícil poner la concentración en lo que buscaba de ese recuerdo y por más que trató de recuperar lo que le decía su gemelo reflejo, no tuvo éxito. Leerse los labios tampoco le sirvió en ese estado, así que resignado detuvo los esfuerzos. Comenzó a resbalarse en la esquina del cuarto a un lado del espejo que daba a la cama llorando, arrepentido de la debilidad de su actuar y de su mente agotada intentando recordar, matando de a poco las ganas de seguir despierto, inundando su sistema con botellas de un vodka completamente extraño, encerrado en su propio hogar. De a poco, cerrando los ojos, fue cayendo aletargado por el cansancio y el alcohol que ya había invadido más que suficiente su torrente sanguíneo. Dejando el plano de su poca vivencia despierto y de los recuerdos del día anterior a merced de la fatiga y del mareo en su cuerpo somnoliento.
Horas más tarde despertó en su cama, con el cuerpo pesado y adolorido, exhausto, con una jaqueca peor que la había pasado, completamente desnudo y tapado con unas frazadas blancas sin recordar absolutamente nada de lo que había hecho, pero con una enorme sed que lo liquidaba una vez más. Nada existía del día anterior o de momentos antes en su grabadora de recuerdos. No había caminatas por el pasillo blanco. No había intentos de beber agua. No había llaves abiertas ni quebradas, no había giros de picaportes ni reflejos en el espejo al frente de su cama. No había imágenes, ni evocaciones, ni memorias. No había botellas de vodka ni sillas rodeando mesas. La cabeza le daba vueltas y lo único que se cuestionaba era su nombre que esta vez volvió a su mente más rápido que el intento anterior, cosa que demostraban leves cambios que afloraban al despertar de forma rutinaria en aquel lugar, pero que él no notó.
Civas se destapa para volver a mirarse al espejo que hace algunas horas atrás le intentaba decir algo y aún recordando nada más que su nombre notó el estado en el que estaba y asumió la consciencia de una fuerte resaca. A diferencia del despertar anterior, la luz que invadía la habitación ya no era tan fuerte, por lo que muchas cosas perdían características visuales producto de las sombras proyectadas en algunas superficies, pero por sobre todo en su cara que se veía más demacrada y desgastada que antes, pero esos detalles tampoco los recordaba. Sus ojos estaban opacos, como cuando alguien reconoce una enfermedad o muerte en una persona. Su piel estaba más distorsionada, más irritada y más suelta, las mejillas algo inflamadas producto del alcohol y no había rastros de que su memoria le indicara la decadencia comparada a su reflejo anterior. Por la mala o casi nula ingesta de algún alimento sólido, sin saber desde cuándo, también estaba perdiendo peso. Su musculatura se ve más frágil y más resentida. Y por otro lado su sed, que potenciada por las pocas horas de sueño y la gran ingesta de vodka, nuevamente tentaba la gigantesca y desesperante búsqueda de agua. Su memoria obliterada y mermada hasta la base del reconocimiento de su cuerpo y su nombre, no daba cabida a acciones procesadas por una mente comparada a la de un niño que intenta descubrir el mundo y las cosas que lo rodean mientras aprende a caminar o comunicarse con alguien. Casi sin reconocer el concepto de realidad o incluso de lo que uno puede definir como algo materialmente verdadero. Se sintió como un bebé, pero sin recordar lo que era un bebé.
Agachó la cabeza y observó sus brazos y manos, débiles y casi inhabilitados para tomar o apretar cosas. Sus pies amoratados se movilizaban al borde de la inercia y su tronco apenas se equilibraba sobre sus piernas lampiñas y delgadas. Lentamente se fue acostumbrando al vaivén de su carcasa de piel y huesos como una repetición en cámara lenta de todos los días anteriores. Observando en el reflejo el retrato de él tocando su pecho y el mentón pronunciado de su cara, asumió la leve sorpresa de reconocerse con un pequeño suspiro. El olfato le devolvió algo de sanidad a su cabeza cuando notó unos toques que reconoció como metales oxidados que lo impulsaron a moverse después de estar detenido frente al espejo mirándose por largos minutos que nunca llegó a calcular. Caminó pausadamente pero de manera directa hacia lo que era el baño y al intentar abrir la puerta ésta se hallaba completamente bloqueada, inamovible y tan rígida que simplemente parecía como dibujada en la muralla con la única interacción disponible de su manilla, que esta vez no giró ni un solo milímetro a diferencia del intento anterior. Movió nuevamente su cabeza levantando su nariz para tomar un nuevo respiro del olor que le llamaba la atención y caminó a otra puerta muy parecida a la anterior con un atisbo de esperanza, una sensación rara que iluminaba en su mente la palabra necesidad. Su boca permanecía cerrada, ya que su cuerpo en estado de supervivencia le mantenía en ese estado como acto involuntario. Pero esta vez el instinto lo llevó a hacer algo diferente y utilizando la fuerza con la que estaba tratando de recordar puesta en su mano derecha propulsó un golpe certero quebrando la parte alta del espejo sin medir consecuencias o efectos. Sangró unos minutos por las heridas producidas por las esquirlas incrustadas en sus nudillos pero no le tomó importancia y se sentó en el suelo.
Elevó la vista a la imagen destruida de su reflejo inclinando la cabeza y notó a través de las grietas la sensación que le devolvió parte de su memoria, casi de la misma forma como recordó su nombre hace algunos momentos. Era su intuición más nativa y bruta perfeccionando su estado desmemoriado. Y esa intuición estaba ayudándole ahora, quizás después de incontables veces antes que ésta, a darse cuenta que estaba siendo observado y que la idea que comienza a poblar e iluminar sus recuerdos no le gusta para nada. Levanta su mano ensangrentada, lame las líneas rojas que comienzan a devolverse hacia sus heridas por la posición invertida en la que está, cierra los ojos y la sed desaparece.
Desde el otro lado del espejo, de las ventanas, de la habitación y del departamento en sí; un murmullo casi inaudible se hace presente como la última respuesta de un eco rebotando en la profundidad de un acantilado. El sonido alude a un progreso analizado dentro de un experimento, un sistema o un procedimiento. Hay alguien o algo ahí, pero Civas, en su estado, aún no logra detectarlo, escucharlo o descubrirlo. Está cegado por el cansancio y las imágenes que comienzan a aparecer dentro de su mente como si se hubiese destapado el tapón de la memoria, como una espiral de escenarios llena de colores y sonidos. Como si hubiese vivido cientos de millones de vidas pasadas, se ve inmerso y casi ahogado por un torrente de emociones que lo están llevando al colapso, como un trance obligado. Su cuerpo comienza a vibrar y convulsionar. Comienza a quejarse y sus ojos se giran sin poder controlarlos. Una explosión química desde su cerebro a cada terminal nervioso y poro de su debilitada piel. Una fuerza irreconocible brota de sus piernas y sube por todo su cuerpo. Se para con seguridad pero su cuerpo sigue una inercia errática que lo lanza al suelo con fuerza, como si una mano gigante lo aplastara.
Pronto estará nuevamente inconsciente, tirado en el piso. Pero esta vez no habrá tiempo para devolverlo a su cama ni reparar el espejo o cambiar la puerta cerrada del lugar. Esta vez despertará recordando que golpeó la superficie de cristal, dejándola rota y que también estuvo alcoholizado, navegando las habitaciones en búsqueda de agua. Despertará abrumado y desesperado, notando lo que le rodea como un pequeño ratón encerrado. Gritará y asimilará muchas cosas que están tanto fuera como dentro de lo que sus sentidos le proporcionan. Sus conceptos de realidad se verán trastocados y sus conocimientos alterados. Mas no será problema a futuro para él, porque se enfrentará a lo que en su mente descifrará como un rival, desafiando todas las leyes y límites de lo que hasta ahora le ha ocurrido.
Primero siente su cuerpo algo adormecido y el dolor del golpe sobre su costado derecho. Abre los ojos y ve los restos del espejo roto. Escucha un pequeño acople a lo lejos y sabe que debe ser por el choque que se dio en la cabeza al aterrizar contra el suelo. El dolor se transporta a su mano derecha que se halla completamente acalambrada, aunque las heridas ya no sangran como lo hacían hace unos instantes. Ha estado ahí por tres minutos que se le revuelven en su cabeza como eones, donde su rutina se repite innumerables veces y lo único que sabe es que es la primera vez que siente esa infinidad interior que le marea en mayor intensidad que los despertares que encuentra ahora en su memoria. La inmensidad de las imágenes que se trasladan y reaparecen en sus pensamientos le pesan toneladas postrado ahí en el piso. Parpadea intentando reponer la visibilidad en lo que observa en presente y no sabe si su corazón se detuvo por todo ese tiempo y volvió, o solamente su cuerpo colapsó como por un choque eléctrico proveniente desde todas las direcciones y que coincidió en su cerebro de manera abrupta y penetrante, como un martillazo certero a un clavo que entra perfectamente en la madera con un sonido seco.
“La primera prueba fue ejecutada con precisión y éxito”, piensa un observador lejano pero omnipresente del experimento en cuestión. Civas se acerca cada vez más al enfrentamiento con su diminuta y sesgada realidad de lo que se conoce como ser humano.
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