Después de dos días, la desaparición del señor Roc debió haberse hecho oficial. Sin embargo, el detective Luc esperó treinta días para publicarlo. Con gran pesar, contemplaba la fotografía de su compañero mientras que la colocaba en el pizarrón de anuncios del vestíbulo. Un hada pasó a toda velocidad detrás de él, haciéndole tambalear en el taburete al que se había subido para realizar la tarea. "¡Qué desastre!", chilló el detective, en voz baja pero con esa voz aguda que caracteriza a los duendes. "Para eso tenemos magia", se quejó. Pero recordó que su decisión de hacerlo con sus propias manos era un homenaje a su querido amigo.
Se bajó del banquillo al tiempo que veía cómo el hada velocista doblaba la esquina como un rayo. La oficina del Núcleo de la isla no había estado tan activa en siglos. De hecho, hasta hacía tres meses había bastado un teléfono encantado para atender las pocas solicitudes que llegaban, y que el aparato derivaba al Núcleo.
El asunto llamó la atención desde el primer caso. En la historia conocida de la Isla Guardián no se había registrado jamás una deserción. Y eso fue lo primero que se pensó el lunes en que no un guardián no reportó su salida de la península. Los rumores comenzaron a correr y los titulares de la prensa inventada lo bautizaron como "el primer guardián desertor". No obstante, cuando un segundo guardián se ausentó en sus labores, el morbo se transformó en preocupación.
Fue tras anunciarse tres desaparecidos que solicitaron la presencia del señor Luc. Para el anciano duende no fue nada placentero volver a casa en tan inquietantes circunstancias. Él fue, por supuesto, un guardián condecorado y se hubiera jubilado como tal si su impecable trayectoria y crucial papel en la Primera Guerra Inventada no lo hubieran colocado en el ojo del Consejo. Llevaba años al servicio del Núcleo en el ministerio de seguridad. Lo único que lo alegró de sobremanera fue reencontrarse con su viejo amigo, el duende Roc. A su llegada, se redujeron las visitas de los guardianes a sus protegidos a solo una vez por semana. Esta medida no evitó la baja de dos compañeros más.
Tras el sexto caso, el Consejo llegó a la Isla. Su gestión estaba siendo cuestionada por un sector de inventados de la isla, encabezados por una guardiana flotante llamada Socorro. Este grupo temía que estos eventos fueran solo el comienzo de más secuestros en todo Imaginaria. Si bien no se había encontrado una conexión clara entre las víctimas, nada aseguraba que las desapariciones se detuvieran. Tampoco había un patrón en la forma de desvanecimiento de los inventados. El primero simplemente no apareció a trabajar por la mañana. El tercero no llegó a una cena pactada con sus colegas. El señor Roc no regresó a la mesa luego de disculparse con el detective Luc para ir al tocador.
-¿Señor Luc?
La voz de Pol, el mensajero del Consejo, lo sacó de su ensimismamiento.
-¿Qué pasó, muchacho?
-Es mediodía. El Consejo lo requiere para su reporte diario.
Sin decir nada, el señor Luc siguió al fauno por el pasadizo. Mientras avanzaba, se sentía observado por los retratos que decoraban las paredes. En ellos posaban inventados famosos en la historia de Imaginaria. Resopló. Cuántas veces había sugerido a sus superiores que le permitan renovar aquellos cuadros, pero insistían en que, pese a todo, cada uno de aquellos personajes contribuyeron a la construcción del mundo que conocemos ahora.
En la sala principal, lo esperaban los siete miembros del Consejo. El fauno Pol se quedó en la puerta al tiempo que realizaba un gesto de bienvenida para el duende. Este avanzó lentamente y notó que el piso lucía brillante, como recién lustrado. Sonrío por un instante. Las caras de pocos amigos de sus interlocutores, sin embargo, desfiguraron al segundo la curvatura en su boca.
-Han pasado noventa y tres días desde la primera desaparición- comenzó a explicar-. Treinta y uno desde la última. No se ha encontrado conexión entre las víctimas, salvo que son todos guardianes en actividad. Lamento repetir esto, señores, pero no tenemos más...
De pronto, sus superiores palidecieron. El duende dejó de hablar, sin entender todavía lo que estaba pasando. Cuando lo hizo, profirió un chillido ahogado. Un herido y raquítico señor Roc estaba de pie, en la entrada del salón. Pol, con la mirada clavada en el esperpento, estaba inmóvil. El inesperado invitado echó a todos una mirada lastimera y, al instante, se desplomó en el piso de mármol recién encerado.
|