Estaba parada junto a la ventana tomándose un café exquisito. De repente empezó a tronar y a los pocos minutos se desató un aguacero de grandes proporciones. Ella siguió tomando su café sorbito a sorbito, degustando la esencia del mejor café del mundo. De lado y lado de la calle se formaron dos arroyos que en su caudal se llevaban todo lo que encontraban, hasta el cadáver de un pollito arrastró el arroyo del lado de donde ella se encontraba. Marilé seguía extasiada viendo llover, como si eso le produjera el más grande de los placeres.
El agua seguía fluyendo por los dos arroyuelos; los vehículos pasaban raudos y salpicaban las paredes con el agua de los charcos. Marilé disfrutaba viendo la lluvia, por ella también se hubiese dejado arrastrar por el arroyuelo que con el pasar de los minutos se hacía más caudaloso. En esas llegó corriendo un perro y saltó de la calle hasta la puerta de la casa de ella. Era un perro de raza labrador y parecía que no tenía dueño, pues arañó la puerta con sus patas; se veía en regulares condiciones; necesitaba que lo llevaran pronto a la peluquería. Desde la ventana Marilé lo quedó viendo con gran simpatía; sin pensarlo dos veces decidió abrirle la puerta. El perro siguió como si esa fuera su casa. La mujer fue por una toalla y lo secó. Enseguida corrió un sillón hacia la ventana y los dos siguieron viendo llover. La lluvia no cesaba de caer. A lo lejos se escuchó la sirena de los bomberos; demás que se inundaron las casas de charco azul pues cuando llueve el agua entra hasta las casas y ese aguacero ya entrar a la salita de las casas. La lluvia, así como es fuente de vida, también genera muerte y en Colombia ya había cobrado muchas vidas; cuando los ríos se desbordan no valen ni las plegarias. Rio enfurecido no escucha a nadie. El agua caía y caía y seguía cayendo. La mujer y el perro seguían mirando llover junto a la ventana. De repente dos mulatos de mediana edad se detuvieron frente a la casa de Marilé; los hombres estaban discutiendo. La discusión pasó de las palabras a las agresiones físicas. En medio de la lluvia empezaron a pelear; al principio las fuerzas estaban equilibradas. Parecían dos boxeadores en el primer round; estaban estudiándose y esperando el momento que el rival bajara la guardia para asestarle el golpe mortal que lo lanzara a la calle mojada.
Marilé y el perro no hacían ruido, no se perdían ni un detalle del combate. Los contrincantes estaban empapados; en un descuido el más fortacho le asestó un golpe muy duro en la mandíbula al más flaco, que cayó sobre la calle. Enseguida sacó un cuchillo y se lo enterró en el abdomen y emprendió la fuga. Marilé salió con el perro a la puerta y este salió corriendo detrás del hombre que corría como endemoniado por la avenida. La lluvia se mezcló con la sangre de ese hombre infortunado. ¿Por qué pelearían?, difícil saberlo. Lo único cierto es que en el piso había un hombre herido y si no lo atendían pronto, no demoraría en estar muerto.
Marilé, desde su teléfono móvil marcó el número de la policía, al rato llegaron tres agentes en sus motos; luego una ambulancia con dos paramédicos que sin perdida de tiempo subieron al herido a una camilla y luego a la ambulancia. El conductor hizo sonar la alarma para que le dieran vía y poder llegar más rápido al centro médico más cercano. Después siguió viendo llover. La lluvia poco a poco fue llevándose la sangre del herido. Pasó toda la tarde y no dejó de llover. Marilé no se acostó, a pesar que hacía un frío de esos que calan hasta los huesos. Encendió la lámpara de la sala y siguió viendo llover. Luego le dio por poner música; entre todos sus COMPAQ buscó uno que contenía una canción llamada LLUVIA CON NIEVE. La escuchó infinidad de veces. Iban a ser las veintidós horas cuando vio venir corriendo al perro, de inmediato le abría la puerta. El perro traía algo entre los dientes. Marilé le hizo soltar aquello que traía y con horror vio que era la oreja de un ser humano. Negros pensamientos fluyeron por su mente. Se calmó pronto y después llamó de nuevo a la policía, a quien contó los sucesos terribles. Uno de los agentes del orden le dijo:
-Vamos a tener que sacrificar al perro pues es un peligro para la sociedad.
Marilé, de inmediato le contestó:
-Más peligroso es ese salvaje que apuñaló sin compasión a ese pobre hombre que en estos momentos se debate entre la vida y la muerte en el hospital.
El agente de la policía, replicó:
-Ese no es nuestro problema; nosotros procedemos de acuerdo a lo que dice el código de policía y en uno de sus numerales nos faculta para matarlo.
Marilé, sin temblarle la voz, de inmediato le respondió:
-Primero tendrá que matarme a mi pues soy defensora de los animales.
El policía, sin medir palabras le dijo:
-Pues la mato y se resuelve el problema.
Otro de los policías que estaba presente, medió entre las partes en conflicto y logró calmarlos a los dos; de no haberlo hecho estoy seguro que habría matado a la chica y al perro.
El perro ni corto ni perezoso se había subido al techo de la casa y de ahí no hubo nada que lo hiciera bajar, ni un suculento pedazo de carne lo hizo descender. Luego de todas las pesquisas y de atar todos los cabos de esta historia se llegó a saber que el hombre desorejado y con múltiples mordeduras en la cara y el cuerpo, había sido el psicópata que robó y echó ácido en la cara de la hermana del hombre herido. El perro era del hombre que ya estaba fuera de peligro en el hospital. Lucas fue quien cobró venganza.
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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