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Inicio / Cuenteros Locales / jovauri / La gorda Josefina y su dedo apócrifo

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Miguel Careverga tenía ganas de ir donde las putas, demasiadas ganas. Hacía ya tiempo que no fornicaba como Dios manda y por eso decidió cambiarse de calzones y lavarse los dientes. Una buena puta de vez en cuando no hace daño, pensó. Miguel caminó por las calles del barrio observando la luz en las ventanas de la casas; podía ver familias que miraban sus telenovelas o cenaban mientras él iba a buscar una puta, ¿qué más puede desear un buen hombre? Divisó la casa de doña Luchita, el lupanar del barrio, una casa con paredes color azul desmanchado, con un foco rojo pálido colgado en una ventana. El color rojo que excita a los toros y a los hombres calientes, pensó.

La puerta estaba abierta, siempre está abierta, pero era la primera vez que él la cruzaba. En el cuarto principal estaba sentada doña Luchita mirando la telenovela en una televisión de blanco y negro mientras se comía unas empanadas de pollo. Vio entrar al hombre, con cierto disgusto, pero el cliente es el cliente aunque parezca un idiota muerto de hambre como en este caso.

- Buenas noches, caballero, pase usted y siéntase cómodo, ¿qué le traemos de beber?

- Una Coquita bien fría, si no es molestia.

- No es molestia, son 80 pesos.

Doña Luchita le sirvió una Coca Cola que no estaba fría.

- Muy bien, caballero, hoy es martes y las chicas no están de guardia. La única que anda por acá es la gorda Josefina y le sale en 200 pesos con servicio de cuarto incluido.

- Está bien, presénteme a Josefina.

Se paga por adelantando, le dijo. Cuando Miguel pagó doña Luchita gritó ¡JOSEFINA! Detrás de una cortina negra salió una mujer gorda, muy gorda, con el pelo enjunto, con hombros angostos que contrastaban con su descomunal cadera, una masa de carne con unos ojos suaves que hacían sentir confianza.
Atiende a este señor, le dijo doña Luchita. Llévalo al cuarto de la peluda, que hoy tiene libre, y ahí trabajas. Josefina tomó la mano de Miguel y sin decir palabra lo jaló para llevarlo al cuarto. Esa mujer no era exactamente la clase de puta que Miguel había imaginado, pero en cierta forma no le importaba. Entraron a un cuarto que se parecía al resto de la casa, con paredes desmanchadas y olor a moho. Había una cama con un colchón sumergido por el uso, con huellas de sudor y manchas de aspecto desconocido. Bueno Papi, ¿cómo quieres empezar?, le preguntó la gorda Josefina. Miguel no sabía qué responder. Josefina le acarició la cabeza y le dijo que ella se ponía con las piernas abiertas o en cuatro patas y que él hiciera lo suyo, ¿cómo me pongo, papi? Abre las piernas, le dijo Miguel. Josefina se quitó el vestido, se acostó en la mullida cama que rechinó con sonidos agudos y abrió su inmensas, carnosas y desbordantes piernas. En el fondo, al final de un largo y angosto camino de carne y celulitis había una cueva oscura de aspecto primigenio cubierta de pelos púbicos tan duros como alambres de púas. Miguel era un hombre curtido, así que se bajó los pantalones, se quitó su calzones limpios y se fue en busca del placer. Se abrió paso entre la masa de carne haciendo las piernas de Josefina a un lado con los brazos hasta lograr que su pene erecto pudiera entrar en esa cueva inmensa. Fue una sensación maravillosa. Su pene estaba rodeado de carne caliente y cuando Josefina comenzó a moverse y a succionarlo con la vagina supo Miguel que estaba con una diosa sexual, que las apariencias engañan. Josefina lo tomó de la cabeza y lo acercó a una de sus enormes tetas. Chúpame el pezón, papi. Miguel chupó como un recién nacido. Estaba en la gloria. En ese momento sintió que algo duro, rugoso y demoledor se metía en su ano. No tuvo tiempo de rechazarlo. El dedo apócrifo de Josefina había entrado, el dedo medio, hasta el fondo.

- ¿Estás loca?, ¡NO!

- Tranquilo, papi, me lo vas agradecer después.

Miguel quiso zambullirse, salir corriendo de ese cuarto, pero Josefina lo tenía bien sujeto con el otro brazo, como si le aplicara una llave de lucha libre. Sintió el dedo de Josefina que entraba y salía de su ano, que se movía en círculos, que le acariciaba el esfinter a veces con suavidad, a veces con brusquedad. Noooooo; tranquilo papi; nooooooo; tranquilo papi…

Tuvo que aceptar, resignado, que Josefina le hiciera un trabajo de relojería suiza en el culo hasta que, sorprendido, eyaculó. El semén salía y salía, sin pausa; era un orgasmo que no parecía tener final, el mejor orgasmo de su vida. Cuando todo terminó Josefina le sacó el dedo del culo, lo tiró a un lado, se levantó y se vistió. El cliente está servido, dijo Josefina, te vistes y sales pronto. Oye Josefina, toma esto; era un billete de propina que ella agarró sin decir gracias.

Salió del cuarto, sofocado. En la sala principal estaba sentada doña Luchita mirando la telenovela mientras tomaba una Coca Cola que sí estaba fría. Cuando ella lo vio salir se le acercó.

- ¿Ha estado todo bien?

­- Todo bien. Muchas gracias.

-Hasta la próxima, le dijo doña Luchita y se sentó a ver su telenovela.

- Sí, hasta la próxima.

La familias seguían viendo telenovelas o las noticias de la noche y los niños seguro dormían ya. El barrio olía a frito y a calor, pero Miguel ya no observaba lo que sucedía a su alrededor ni percibía los sonidos u olores de la calle, no, Miguel caminaba observando la luna, luna llena, una luna estupenda para aullar de felicidad.

Texto agregado el 16-01-2021, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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